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LA DESHUMANIZACION DEL ARTE EN ORTEGA 319 y Julietas que, a lo largo del tiempo y del espacio, han quemado sus frágiles corazones de madera en el inabarcable fuego del amor. El aliento poético de la literatura es el mismo impulso mágico de las otras facetas estéticas que no son la escritura: se pinta, se esculpe o se compone porque se quiere plasmar la belleza momentánea en la trascendencia histórica que la eterniza. G. W. F. Hegel realizó un es­ calafón artístico donde, la plástica, es el comienzo de la identidad con­ sigo mismo; la cual sólo se alcanza a vislumbrar en la música y es, en la poesía, donde la creación se unifica absolutamente. A. Machado, en ese sentido, escribe que la monedita del alma se pierde si no se da. O sea, el vate, como catalizador de la magia, o vomita todo lo que guarda dentro de sí o su afectividad desbordada, cual mar embrave­ cido por olas gigantescas, ahogan al náufrago solitario, desesperado, aislado, abandonado, enloquecido, amargado, desilusionado, alienado, hambriento de comida espiritual y sediento de una sed que no la cal­ ma el beber. La historia del arte que, por extensión, es la historia de la huma­ nidad sufriente, cuyo dolor se grava para la posteridad en la estética que, el creador, como pararrayos, capta en su sensibilidad ilimitada y refleja, como en un espejo, la materia espiritualizada o el espíritu ma­ terializado, la vida poetizada o la poesía vitalizada. Por último, ya para terminar esta breve síntesis de sus ideas y, a la par, análisis de las mismas sobre la deshumanización del arte orte- guiana, recojamos el sentido perspectivista que él le dio. Un bosque no es lo mismo para el pintor que figurativiza el paisaje, que para el aviador que, desde el aire, busca un lugar de aterrizaje y, en vez de la belleza artística, critica la carencia de una pista de cemento en el sitio que ocupan los árboles. De la misma forma, un cazador que busca su pieza entre la vegetación tiene un interés operacional distinto al del pintor y al del aviador, y muy diferente al de un fugitivo que, en su huida, encuentre en el bosque amparo y protección contra sus perse­ guidores. Los árboles son los mismos para todos ellos, pero la perspec­ tiva es muy distinta: el artista ve la belleza espiritual donde el cien­ tífico disecciona la materia y donde el individuo instintivo se deja llevar por sus impulsos. La realidad es igual para todos, pero cada uno la ve de muy diferente manera. J. Ignacio H e r n á iz Universidad Complutense Madrid

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