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LA DESHUMANIZACION DEL ARTE EN ORTEGA 315 ritmo alterado. El arte moderno está deshumanizado, porque la litera­ tura ya no es lógica, la poesía ya no es el verso, la novela no es racio­ nal y el teatro es absurdo. Hay dos lenguajes estéticos: el implícito y el explícito, el nivel de lo que se quiere decir y el nivel de lo que se dice, el plano de lo presentado y el plano de lo alegórico, la esfera de lo aparente y la esfera de la metáfora, la lectura del signo y la lectura del significante, lo morfológico y lo sintagmático; por eso, Ortega escribía que, la des­ humanización del arte, tiene como características principales la ironía, la claridad y la sinceridad. Ortega añade, a las anteriores, otra cualidad de la deshumanización estética: la inmanencia, la falta de trascendencia y la carencia de sentido. Se puede leer en el insuperable cuento de «Alicia en el país de las maravillas», cuando ésta le pregunta al pin­ güino por el camino. Este a su vez la interroga «¿para ir a dónde? ¡No sé! », contesta Alicia. «Pues para ir a cualquier sitio cualquier camino vale», responde el pingüino. Si no sabemos adonde queremos ir, qué importa la senda seguida, estamos en la inmanencia, negamos la trascendencia de nuestro movimiento, no comprendemos el sentido de nuestra andadura. Entonces, ¿cómo vamos a captar el mensaje ar­ tístico? ¿cómo nos vamos a enterar de lo que quiere comunicarnos el creador? De la misma manera que tampoco aprehendemos la creación aherrojada de Dios. Ortega define el arte como un reflejo de la vida, o sea, como el espejo en el que nos miramos, donde vemos una imagen de nosotros, un sosias nuestro, una sombra espectral. Lo estético, pues, repetimos, es un proceso paralelo, es el desarrollo espiritual que refleja la evolu­ ción material. Ortega explica la felicidad como vocación. El artista o se vuelca en su praxis o es un desgraciado, o se dedica a su hacer creador o se niega a sí mismo, o da rienda suelta a su imaginación o la mata y, asesinar a la intuición original, es más fácil de lo que pudiera parecer a simple vista. Es muy sencillo. Basta con ceder a las tentaciones de la vida, negar las ensoñaciones poéticas, afirmar los valores materiales como eje axiológico de nuestra existencia, gritar que el dinero, el sexo, el poder y la fama son lo esencial; escupir a la magia, a la poesía, a la lírica, a lo absurdo, a lo ilógico. Ortega es partidario de la teoría de los valo­ res, la aprendió en su estancia en Alemania que coincidió con la ela­ boración de la misma por parte del círculo de Friburgo, de los neokan- tianos idealistas M. Scheler, N. Hartmann, P. Natorp, H. Cohén y P.

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