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LA PURIFICACION VOCACIONAL DESDE LA. 293 principio de la realidad. Una invitación ascética al examen la hace tam­ bién el Señor por boca del autor del Apocalipsis, cuando invita a «caer en la cuenta» de hasta dónde ha caído el llamado y a reflexionar sobre las exigencias de una vocación vivida en plenitud y además sobre su ineludible contraste con cualquier práctica deficiente, que siempre estará postulando una reforma radical (Ap 2, 5). El mismo Pablo afirma de sí que también él se mantiene en vela, que incluso él practica la asee- sis y que somete sus instintos a la razón y al Espíritu, no vaya a ser que, después de haber ejercitado unas obras buenas, éstas no le hubie­ ran transformado por dentro, si es que las habría realizado con una deficiente intencionalidad (1 Cor 9, 27). El camino perenne para esta purificación y para su correspondiente reestructuración de la personali­ dad será siempre el de someter las fuerzas del instinto a la acción del Espíritu, para que sean regidas por El; no ayudará de modo definitivo una simple represión, ya que ésta no es integrativa (cf. C1 2, 23); sólo el sometimiento a la regla de la realidad por la actividad de los pro­ cesos secundarios de la razón y la estructuración de la conducta a par­ tir de la Revelación interiorizada por el Espíritu pueden determinar una eficaz purificación. Pero en último término siempre será la gracia de Cristo la única que puede liberar al hombre de su cuerpo de muerte (Rm 7, 24-25a) por la acción del Espíritu, que es quien deshace las obras de la carne y concede al hombre una nueva dirección vital (G1 5, 16-25 Rm 8, 5-14 cp. Jn 3, 6s). * * * El modo de la purificación puede ser muy variado. Una primera expresión bíblica para definirla es la de «salida». Esta experiencia la realizó Abraham, el padre del pueblo, al comienzo de sus migraciones (Gn 12, lss) y también Israel, que en la situación de desierto aprendió lo que significaba el quedarse solamente con Dios; es ahí donde se fue formando como hijo de Dios, al dejarse conducir sólo por El (Dt 32, 12) el que ya era hijo por la elección (Ex 4, 22) y por la llamada (Os 11, 1). Por eso el profeta Oseas descubre el primer gesto del amor de Dios en la llamada a internarse en el desierto, para que, alejado de todo impedimento, el llamado pueda realizar la experiencia de la con­ versión y corresponda en consecuencia con toda pureza al amor de Dios (Os 2, 15-17). Del desierto vino (1 Ry 17, 1) y al desierto se dirigió también el primer gran profeta, Elias, el sucesor de Moisés y estructu- rador del Yahwismo, para desde ahí regresar a su pueblo, después de 4

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