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292 JE SU S LUZARRAGA al mal con valentía, para que sea el mismo mal el que queda defini­ tivamente vencido (St 4, 7 cp. 1 Pd 5, 8s). Para que el proceso de conversión comience a ponerse en marcha, se requiere siempre una inquietud fundamental, una extrañeza, un in­ conformismo con los anteriores modos de proceder. Esta disconformi­ dad con el pecado o con las formas imperfectas de actuación dinamizará una vida de signo contrario a la hasta entonces vivida. Este cambio en el sentido vital lo expresaron algunos profetas en sus vidas, cuan­ do, sin dejar su oficio y actividad en la corte, pasaron de ser consejeros pacíficos de los reyes a ser sus opositores. Y esto en virtud de su fide­ lidad de siempre a la Palabra de Dios. El cambio de dirección en un oficio, sin dejarlo, queda plasmado también en otros profetas, por ejem­ plo en Baruk, quien de escribano real, según consta por una inscrip­ ción de su época, pasa a ser escribano del profeta Jeremías. Y de una forma más profunda el mismo Pablo cambió de signo en su vitalidad, al volcar sus energías, usadas previamente para oponerse al cristianis­ mo, en una nueva dirección: la del trabajo incesante por la predicación del kerygma (1 Cor 15, 9-11). Esta conversión profunda supone una reestructuración de la persona en una nueva dirección; es una especie de retrogresión, un volver a tratar las situaciones pasadas y desde ellas, reformándolas, lanzarse con nuevo vigor y libertad en una dirección vital nueva. La posibilidad de este proceso interior requiere una edad en la que los diversos estratos de la personalidad de algún modo han adquirido ya cierta consistencia .Sin duda la edad de la grandes con­ versiones puede ser tardía, siempre que el hombre mantenga aún ener­ gías interiores para programarla y haya llegado ya a una madurez psi­ cológica suficiente como para afrontarla. Pero también la estructuración de la personalidad es muy válida en la primera juventud, cuando las fuerzas personales comienzan a adquirir su orientación vital; así, por ejemplo, Jeremías se sintió llamado al ministerio profètico, cuando sólo contaba unos 17 años (cf. Jr 1, lss) y Lucas dice de Pablo que era aún un jovencillo, cuando poco antes de su conversión sostenía los ves­ tidos de los verdugos de Esteban (He 7, 58). Para mantener esta conversión de un modo continuo y para seguir en un proceso constante de purificación, Pablo señala la importancia de la ascética, que es propia de los atletas (1 Cor 9, 24-27) y que él la concibe como una «vela», un estado perenne de vigilia, de alerta (1 Ts 5, 6; 1 Cor 16, 13), porque los instintos siempre permanecen urgiendo para regirse solamente por la regla del placer y no por el

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