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288 JESUS LUZARRAGA tener un nuevo «ser en Cristo». Todo este proceso para Pablo se logra «en el Nombre de Jesús» y «en el Espíritu de Dios» (1 Cor 6, 11), es decir, todo el proceso mantiene una relación trinitaria, típicamente cristiana, pues es Dios Padre quien purifica al hombre por la revela- ción de Jesús y por su obra, interiorizada a través del Espíritu. El término «purificación» mantiene siempre una referencia esencial a aquello de lo que se purifica; por eso en la consideración de la puri ficación entra indisolublemente la mención de los impedimentos, del distanciamiento de todo aquello que se opone a la llamada; en este distanciamiento consiste precisamente la purificación. Y a esto contri buye toda la espiritualidad del Desierto: es la experiencia que recorrió Moisés con su pueblo (Ex 3, 1-12 Dt 8, 2) y a la que aludirá también Oseas (Os 2, 6); en esta misma dirección Isaías hace notar que Dios, al constituirle profeta, le tomó de la mano y le apartó de seguir por los caminos de su pueblo (Is 8, 11); Juan Bautista usó intensamente la postura de desierto (Le 1, 80; 3, 2 Me 1, 2-6) y Jesús recorre también este camino, apartándose de todo alimento que no sea la vo luntad de Dios (Me 1, 12s Le 4, 14 Jn 4, 34), a la vez que expresa esta su dimensión vital diciendo que El no es de este mundo, ni tam poco su Reino (Jn 17, 14 cp. 4; 7, 7; 18, 36), y además lo prueba al mostrar que El se encuentra solamente dinamizado por la Voluntad de su Padre Dios (Jn 3, 31; 8, 23), por la Verdad (Jn 18, 37), que es idéntica al mismo Jesús en cuanto abierto a Dios (Jn 14, 6). Cuan do El quiere expresar el aspecto de purificación, aplicado a sus discí pulos y apóstoles, vuelve a usar la misma terminología —«ellos no son del mundo»— y este su no-ser del mundo lo compara con su propio distanciamiento del mundo y lo fundamenta en Sí mismo: los discípu los no son del mundo, como no lo es Jesús, es decir, porque se encuen tran como El consagrados a Dios, vueltos hacia El, ya que están dina- mizados en cuanto discípulos por la Palabra del Padre, que es la Ver dad —el mismo Jesús— y esta consagración la han experimentado en trando en la misma dinámica de la consagración de Jesús, que se rea liza plenamente en todo el proceso del Misterio Pascual, en su paso de este mundo al Padre (Jn 17, 19 cp. 13, 1 Heb 5, 9). Cuando las fuentes bíblicas se refieren al mundo en el contexto de la purificación, lo entienden en su sentido peyorativo de oposición a Dios (2 Cor 6, 14), no en el sentido de simple creación, que puede ser ambivalente (Jn 11, 9; 1 Cor 3, 22), ni en el sentido de hombres, a quienes Dios ha amado profundamente al enviarles a su propio Hijo (Jn 3, 16).
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