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LA PURIFICACION VOCACIONAL DESDE LA. 309 cuando el hombre se encuentra plenamente confrontado con su Cruz, pues sólo ahí se puede decir que el hombre sigue fielmente al Cristo total, a Jesús Crucificado (1 Cor 2, 2). La Cruz representa la exigencia suprema del amor de Dios, cuya llamada en último término es sólo una llamada a su mayor gloria (cp. Is 45, 3), que se actualiza en la Cruz (Jn 13, 31). En la Cruz de Jesús aparece la tracción y la llamada de Dios al hombre de la forma más digna de Dios y, al mismo tiempo, del modo más en consonancia con el ser libre del hombre. En la Cruz de Cristo no brillan luces teofánicas, como en el Sinaí (Dt 4, 9-14; 5, 4. 23-29), que puedan deslumbrar al hombre y restarle libertad, ni en esa Cruz aparece un Dios de la sensibilidad, que sacie los instintos del hombre (cf. Jn 2 ,23ss; 4, 15); sólo el amor de Dios, que entrega a su Hijo, brilla en la Cruz de Jesús (Jn 3, 16), pues Dios no se ahorra ni a su propio Hijo por amor al hombre (Rm 8, 32). Al apare­ cer sólo el amor de Dios en la Cruz de Jesús, el hombre se siente libre para responder a ese amor y, al mismo tiempo, es este amor de Dios el que determina la respuesta amorosa del hombre y lo que realiza así 1ri redención. Este Dios, que se muestra en la Cruz de Jesús, donde destruyen todos los fantasmas de la sensibilidad, no es un dios crea­ do por las necesidades instintuales del hombre, sino un Dios que se revela como el Totalmente-Otro y que aparece como Puro Amor (cf. 1 Jn 4, 8), purificando al hombre de toda sensibilidad falsa y creando en él solamente el amor, como postura de respuesta a la llamada de Dios, que brilla en la Cruz de Cristo. Sólo cuando el hombre se encuentra plenamente purificado y pre­ cisamente como consecuencia de esta purificación, brota en él una ur­ gencia hacia la misión de purificar también a los demás, de hacer pre­ sente en el mundo la llamada de Dios a la perfecta conversión (1 Tm 1, 16). De la experiencia de conversión brotó en los profetas la autén­ tica llamada a una conversión radical en su mismo pueblo; sintiéndose ellos purificados como presencia de Dios se sintieron llamados a estruc­ turar también a su pueblo en una continua purificación. Cuando Isaías muestra lo que ha de ser el pueblo purificado, está mostrando el ideal de su misma misión, un pueblo antiténtico al que él conocía en sus días y que había de representar su propio ideal de persona: sin idola­ tría (Is 7, 21; 28, 9), fiel a Yahweh (Is 1, 26), no ciego ni sordo para la voluntad de Dios (Is 29, 18), sino abierto al Señor y a su Palabra (Is 30, 20s), que no pone su confianza en lo material (Is 10, 20; 17, 7) y que no hace daño a nadie (Is 29, 18s; 11, 9), y se encuentra así 5

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