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306 JESUS LUZARRAGA Otro, ya que en la elección religiosa no se trata de elegir una situación, sino una «Persona», con la que se entra enuna serie de relaciones in­ terpersonales; y esta persona en primer lugar es la misma Persona de Dios, siempre inabarcable para el hombre y que siempre con su pre­ sencia va superando y purificando todos los estadios anteriores. Esto es precisamente lo que le aconteció a Abraham. Como escribe de él el autor de la Carta a lo Hebreos, comentando su postura voca- cional, «Abraham, llamado en fe,obedeció para salir a un lugar que había de recibir en herencia y salió sin sabera dónde iba» (Heb 11, 8). Si la purificación es nota esencial de toda llamada auténtica de Dios, que va perfeccionando la entrega vocacional del hombre, esta purifica­ ción no podía faltar en la vida del primer modelo de la respuesta humana a la llamada de Dios, que fue Abraham. Según la teología del documento laical del Pentateuco (L), Abraham sintió una llamada in­ terior fuerte para salir de sus propias seguridades, familiares y religio­ sas, y lanzarse a la búsqueda del Dios verdadero, simbolizado por la migración hacia una tierra nueva, en la que entraría, entrando en la inseguridad y en la felicidad que le había de proporcionar sólo Dios. Abraham sale de sus ídolos, llamado por un Dios, que se quiere pre­ sentar como un Dios difícil, y camina seguro en la esperanza, fiándose sólo de la providencia de Dios (Gn 12, 1). Esta actuación de Dios le saca y le purifica a Abraham de todo su pasado y le anima, como lo hace notar la fuente laical, con la promesa de bienes temporales (Gn 12, ls), que para la escuela yahwista (Gn 12, 7) y para la elohísta (Gn 24, 7), se verá cumplida y sublimada en la Descendencia de Abraham (Gn 13, 14-18). Abraham responde fielmente a la llamada de Dios, según la imagen que de él se hace el teólogo laical (Gn 12, 8b; 13, 4. 18). Pero la tradición yahwista, y sobre todo la elohísta, intentan poner de relieve el crecimiento de la respuesta de Abraham por su fe, purificada por la acción de Dios en su vida. Dios es el que toma la iniciativa de ser el escudo y la retribución de Abraham, pero da la impresión de que en un primer momento, antes de la entrega definitiva, Abraham se mue­ ve en un plano aún muy humano, queriendo comerciar con Dios. Abra­ ham se dirige con una pregunta interesada al Señor: «¿Qué me darás?» (Gn 15, ls). Y Dios, que es un buen pedagogo, condesciende con esta postura de Abraham y le promete, en respuesta, una descendencia numerosa. Abraham cree a Dios y le tiene por fiel y así se confía a su servicio (Gn 15, 5). Pero sigue aún con su curiosidad natural y quiere

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