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LA PURIFICACION VOCACIONAL DESDE LA. 303 reconoce que no obra el bien que quiere sino el mal que no quiere (Rm 7, 15. 20), surge inmediatamente la iluminación emocionada del encuentro con Dios, que resuelve el conflicto en una línea de amor y une al hombre con su Dios. Esta experiencia interior invade incluso todas las fuerzas psíquicas y somáticas de la persona y la orienta en una clara dirección hacia Dios y hacia su servicio. Esta nueva orienta­ ción es la que va creciendo en una respuesta continua al Dios, que le llama, y va tratando de llegar al eterno y permamente Sí de toda la vida, donde el llamado encuentra la paz, la armonía, la propia estruc­ turación interior, de donde nace la misión como comunicación de esa experiencia interna espiritual. Con palabras del Salmista, que recogía la Iglesia en la antigua liturgia penitencial del Jueves Santo en la re­ conciliación de los penitentes, puede decir el llamado: «No moriré, sino que viviré para narrar las maravillas del Señor» (SI 118, 17). Es, pues, lo religioso lo que ha dado sentido a todo este proceso de conversión: desde el primer momento de la conciencia de pecado hasta el modo de su resolución en una auténtica purificación y el sub­ siguiente lanzamiento en una nueva dirección de misión es la persona de Dios la que en una dimensión interpersonal con el llamado garan­ tiza el valor puramente religioso de este proceso humano. En virtud de esta presencia de lo religioso en la vida del llamado, en virtud de la presencia de algo auténticamente positivo en todo el proceso de con­ versión, éste mantiene siempre un carácter positivo, a pesar de su as­ pecto de negatividad y renuncia. Pues es en orden a lo positivo de la misión para lo que Jesús pide siempre la renuncia a todo el pasado (Me 1, 17s; 2, 14 Le 9, 59s) y es esta misma misión y adhesión a Dios la que el mismo Jesús vive también de modo positivo, cuando en virtud de ella tiene que desprenderse incluso de sus padres (Le 2, 49; 7, 19s cp. Jn 2, 4; 19, 29). La experiencia de la filiación y de la llamada es lo primero que ha de brotar en la conciencia del hombre, para que el proceso de renuncia y purificación sea humanamente válido y psicológicamente correcto. Porque la voluntad es una potencia adhe­ siva y si su primer movimiento fuera un dejar, una negación y renun­ cia, esto indicaría que está actuando en fuerza de una inhibición; sólo si el valor positivo es el primero en surgir dentro de la conciencia, en virtud de él puede ya la voluntad humana decidirse a realizar otras renuncias por él; es el amor al Reino y a la perla lo que, según la predicación del Señor, conduce al llamado a dejar todo lo demás por el Evangelio y por Jesús (Mt 13, 44ss Me 8, 35). Así la entrega del

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