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300 JE SU S LUZARRAGA gelio el gesto de Jesús con el que se expresa toda la fuerza de su ejem­ plo purificador. Su contexto está enmarcado en el momento en que Jesús pasa de este mundo al Padre y muestra así el amor a los suyos de un modo pleno. Es la Hora de Jesús y también la hora de la trai­ ción, en la que Jesús queda colocado en situación de pasión, pero al mismo tiempo en un halo de exaltación y de gloria, porque es ahí don­ de aparece más claramente como el Hijo de Dios, al quedar Dios ple­ namente glorificado en El por la obediencia de Jesús como Padre suyo (cf. Jn 8, 28). Jesús realiza en esa situación un gesto: se despoja de sus vestidos, se postra en tierra y con el agua —símbolo de la revela­ ción interiorizada, según el evangelio de Juan (cf. Jn 4, 10. 14; 7, 37ss)— se pone a lavar los pies de sus discípulos. Pedro se resiste a este mesianismo humilde de Jesús, pero el Señor le indica que, si El no le lava, no puede tener parte en su Herencia. La purificación, ope­ rada por Jesús, es condición absolutamente imprescindible para que el hombre pueda tener parte con El. Y Jesús explica que este gesto, que El realiza ahora, ha de ser continuado por los suyos a lo largo de todos los tiempos; se trata de la continuación de la misión de Jesús, de la prolongación de su amor, que se realiza por la entrega de la revelación, instrumento de purificación (Jn 13, 1-15; 15, 9; 20, 21). Por eso pocos momentos después indica Jesús a los apóstoles que ellos han quedado ya limpios, gracias a la Palabra, que El ha hablado. La Palabra es el instrumento de esta purificación cristiana, que resume en sí todos los otros modos de purificar, que usa Jesús (Jn 15, 3 cp. 19, 34. 37). Es a través de ella por donde el Padre va podando al hombre y va operando todas las crisis de crecimiento en el llamado; así se va logrando la inserción cada vez más intensa en la Vid, que es Jesús, y el fruto del discipulado se va produciendo con una fuerza cada vez mayor. Se puede concluir, pues, que es la Palabra —Jesús como Mensaje— el modo de purificación típico, que El usa en rela­ ción con los suyos, para irlos llevando a una perfección cada vez mayor en su seguimiento. A esta palabra purificadora hace alusión también Pedro, cuando señala que la obediencia a la Verdad es la que obra la purificación interior del hombre (1 Pd 1, 22). Pablo, sobre todo, coloca a la Palabra como el resumen de todas las armas de Dios en la lucha contra el mal (Ef 6, 10-19). Esta lucha es una exigencia para el cristiano. El ha de resistir no sólo a la debi­ lidad de la carne, sino a fuerzas que son muy superiores a él. Para ello Pablo le exhorta a hacerse fuerte en el Señor Jesús, participando

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