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258 SANTOS SABUGAL El Jesús de Lucas distingue netamente su relación filial con Dios de la de sus discípulos, mediante las expresiones «mi padre» (2, 49; 9, 26; 10, 22; 22, 29; 24, 49) y «vuestro Padre» (6, 36; 12, 30-32) respectivamente. Nunca emplea el Jesús lucano (ni el de Mt) la expre­ sión común a El y a aquéllos: «Padrenuestro» o «nuestro Padre». El tiene, pues, conciencia de ser Hijo de Dios 12 de un modo especial: El que traduce su convicción de haberle sido «entregada toda» la reve­ lación «por su Padre» (10, 22a), de forma que «nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, y quién es el Padre sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar» (10, 22b). Sólo Jesús, el Hijfo, posee el secreto de la revelación del Padre, como sólo Dios, el Padre, posee el secreto de la revelación del Hijo. Entre los dos existe, por tanto, esa igualdad de mutuo y exclusivo conocimiento íntimo, que permite a Jesús conocer a Dios, su Padre, con la misma intensidad existencial que el Padre le conoce. En otras palabras: la experiencia existencial, que Jesús tiene de la Paternidad de Dios, su Padre, es del mismo nivel profundo, que la que Dios tiene de la Filiación de Jesús, su Hijo. Lo que sólo es posible, si entre Jesús y Dios, el Hijo y el Padre, existe una comunión vital, íntima o existencial de Filiación y Paternidad divina respectivamente, en virtud de la cual Jesús es Hijo natural de Dios, como Dios es Padre natural de Jesús. Lucas, por lo demás, es consciente de ello. De ahí que, como los demás evangelistas, evite cuidadosamente llamar a Jesús «el hijo de José»: tal apelativo, formulado por los nazaretanos (4, 22b), fue previamente rechazado por el tercer Evangelio en la introducción a la genealogía de Jesús (3, 23-38), el cual «era, según se creía, hijo de José» (v. 23), siendo en realidad «Hijo de Dios» (v. 38). Con no menor cuidado evita Lucas llamar a José «padre de Jesús»: a la pregunta formulada por María a su joven Hijo en el Templo jerosolimitano: «¿Porqué nos ha hecho esto? ¡Tu padre y yo te buscábamos angustiados!» (2, 48), responde Aquél extrañado: «...¿n o sabíais que debo estar en las cosas de mi Padre» (2, 49), es decir, al servicio de la Palabra «en la Casa» (cf. Gén 41, 50; Est 5, 10; 6, 12) de mi Padre? ¡La contraposición luca- na entre la paternidad de José y la de Dios, con respecto a Jesús, es evidente! Una contraposición, por lo demás, del todo consecuente con 12. Sobre la Filiación divina de Jesús en Le, Cf. A. G eorge , Jésus Fils de Dieu, en RB 72 (1965) 185-209 ( = «Etudes sur l’oeuvre de Luc», 215-236); G . Voss, Die Christologie der lukanischen Schriften in Grundzügen, Paris 1965, 173-175.

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