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288 SANTOS SABUGAL dio» a sus discípulos como signo sacramental de su «Cuerpo, entregado por» ellos, con el encargo de «hacer esto en recuerdo» Suyo (22, 19). Un gesto sacramental renovado luego por el Señor resucitado (cf. 24, 30. 36) y, más tarde, por las primeras comunidades, asiduamente reu­ nidas en asamblea litúrgica, para la eucaristía «fracción del Pan» (cf. Act 2, 42. 46; 20, 7. 11). Este es, por tanto, realmente un pan espe­ cífico {«el Pan»), propio de los discípulos de Jesús («el Pan nuestro») y, como Cuerpo del Señor «entregado por ellos», ciertamente « super - sustancial ». Que esta interpretación eucarística del «Pan cotidiano» es objetiva, lo muestra la redacción lucana de esa petición, en la que se ruega «por el constante don ( dídou ) de aquel Pan «cada día» ( to kath’heméran). Tras esta redacción literaria late, con toda probabilidad, la interpreta­ ción teológica implícita en la probable alusión de Lucas al veterotesta- mentario relato septuagintista sobre el maná (cf. Ex 16, 13. 36; Núm 11, 66-9; Sab 16, 20-29): «E l pan que Jahveh dio ( édoken ) como alimento» (Ex 16, 8. 15; Sal 77, 24b) a Israel todos los días, durante sus cuarenta años de peregrinación por el desierto (cf. Ex 16, 16-19. 35; Jos 5, 12), y que el pueblo «cada día» ( to kath’ heméran) recogía (Ex 16, 5). El maná era, pues, no un alimento cualquiera, sino, en su cualidad de «pan del cielo» (Ex 16, 4a; Sab 16, 20b; Sal 77, 25a), un pan bien específico: «E l pan» (ho a rtos ) gratuitamente dado por Dios a Israel (Ex 16, 16; cf. Sab 16, 20b). Era también, por tanto, no un alimento común, sino el sustento propio del «pueblo de Dios» (cf. Sab 16, 20a) y característico de «sus hijos» (cf. Sab 16, 21. 26). Finalmente, como «pan del cielo» y «de los ángeles» (cf. supra), que, adaptándose «al deseo de quien lo tomaba» y transformándose «en lo que uno quería» (Sab 16, 21b), «podía brindar todas las delicias y satisfacer todos los gustos» (Sab 16, 20c) —pues, olvidándose «de su natural poder» (Sab 16, 23b) y resistiendo incluso a «la fuerza del fuego» (Sab 16, 27a), admitía «toda suerte de transformaciones, con­ forme al deseo de los necesitados» (Sab 16, 25b)— , el maná era un alimento superior a toda sustancia natural. «El pan» supersustancial, mediante el que «el Señor enseñaba a sus amados hijos, que no son las diversas especies de frutos los que alimentan al hombre, sino que es su Palabra la que mantiene a los que creen en «E l» (Sab 16, 26). Estos múltiples contactos literarios entre la redacción lucana de la súplica por «el pan cotidiano» y los relatos veterotestamentarios sobre el maná difícilmente son casuales. Muestran, más bien, que a la luz

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