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LA REDACCION LUCANA DEL PADRENUESTRO 261 y comunitaria: a) Por « las maravillas» que con ella hizo («epoíesen»: v. 49a) el Poderoso (vv. 48-49), cuyo Nombre es santo (v. 49b), «y» b) por su "misericordiosa” actuación («epoíesen»: v. 51a) histórico- salvífica para con Israel (vv. 50-55), culminada en aquellas maravillas. En el contexto de la motivación personal de la alabanza divina se en­ cuadra, por tanto, la expresión «cuyo nombre es santo», atribuida a quien es «el Poderoso». Así es designado en la literatura veterotesta­ mentaria el Señor, «poderoso para salvar» a Israel (Sof 3, 17a) «en la batalla» (Sal 24, 8c: LXX ) con sus enemigos, siendo objeto de su alabanza por haber hecho por él «cosas grandes», al librarle de la esclavitud egipcíaca y babilónica (Dt 10, 21; Sal 125, 2b-3: LXX). Este es «el Poderoso», que hizo «cosas grandes» con María (Le 1, 49a) y «cuyo Nombre es santo» (1, 49b). La santidad del Nombre divino se manifestó precisamente en esas «cosas grandes» hechas con «la esclava del Señor», haciéndola madre del Mesías y, con ello, cumpliendo todas las promesas salvíficas hechas «a los Padres». Es lo que traduce, por lo demás, el hímnico trasfondo veterotestamentario de la expresión «santo es su Nombre», así manifestado por Dios al enviar la «reden­ ción a su pueblo» (Sal 110, 9; LXX ; cf. Sal 98, 2-3: LXX), quien glorifica su Nombre por haberle librado de sus enemigos (Sal 44, 8- 9: LXX). La súplica lucana ruega, por tanto, al Padre que «santifique su Nombre» (11, 2c) en los llamados a ser su nuevo Pueblo ( = cate­ cúmenos), redimiéndoles de la esclavitud del pecado (cf. 4, 18; 1, 77) y liberándoles de la tiranía diabólica (cf. 13, 16; Act 10, 38). Una santificación, por otra parte, ya inaugurada en quienes —los fieles— han sido redimidos y son, por ello, «los santificados» (Act 20, 32; 26, 18). En labios de éstos, aquella súplica ruega, por tanto, que el Padre consume o colme en ellos la santificación de su Nombre, libe­ rándoles constantemente de todos sus "enemigos” (1, 71-74a) espiri­ tuales (cf. 1, 77; 4, 18), para poder "servirle siempre en santidad y justicia" ( 1 , 74b-75). Si esto es exacto, tras la súplica lucana late pro­ bablemente la concepción joannea, según la cual los ya santificados necesitan aún ser santificados por el Padre (cf. Jn 17, 17), para res­ ponder a la exhortación del Vidente de Patmos: « ¡Que el santo siga santificándose!» (Apoc 22, 11b). En todo caso, aquella súplica sólo adquiere pleno sentido, a la luz de la que le sigue y ruega:

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