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168 ALFONSO GUERRERO Pero esta autonomía no es absoluta sino relativa: «la unidad entre cristianismo y marxismo... reconoce e incluso exige la autonomía y el carácter específico tanto del compromiso revolucionario como de la fe. Pero una autonomía relativa, esto es, que implique entre las dos esferas un juego constante de acción y reacción. Más aún que implica entre ellas una cierta interpretación; en efecto, la fe no permanece fuera de la praxis revolucionaria, sino que la asume y le imprime a su vez su propio dinamismo» 145. 2.6. Relación crítica Esta nueva unidad entre marxismo y cristianismo sólo es posible si se opera una crítica rigurosa de ambos. Ninguna convergencia puede simular la profundidad del conflicto histórico. Asumir el materialismo histórico equivale para el cristiano efectuar una crítica al cristianismo en la medida en que es y ha sido cómplice de las clases dominantes y de sus ideologías. Esta complicidad con las clases dominantes «aparece inicialmente en el plano de la 'doctrina sociaP: análisis, proyecto, estra­ tegia. Pero caracteriza a toda la orientación teórica y práctica del cris­ tianismo, a todas las Verdades cristianas’, a la moral, a la organización de la Iglesia, a la liturgia. Caracteriza, por tanto, a la teología no sólo en su forma constantiniana, sino también en las formas progresistas que 'modernizan’ al cristianismo adaptándolo a la cultura dominante» 146. Un análisis de clase demostrará que muchas de las posiciones que se presentan como interpretaciones de la palabra de Dios son de hecho trasposiciones religiosos de exigencias de la cultura dominante: «la docilidad respecto a Dios y a la naturaleza se presenta como la sumi­ sión al sistema que requiere la clase dominante: el individualismo reli­ gioso y moral, su defensa de la 'persona’, de la iniciativa libre, de la propiedad privada, se armoniza perfectamente con el individualismo burgués; el esplritualismo que busca la explicación y el remedio de los males de la sociedad en el campo moral y religioso refleja la ten­ dencia de la teología dominante a desviar la atención de las causas estructurales de los problemas; finalmente, el irenismo, que considera la fe como lugar de trascendencia, de unidad y de reconciliación, y opone las exigencias del amor a las de la lucha, favorece la tendencia 145. lbid. 146. Id., o . c ., 41-42.

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