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136 ALFONSO GUERRERO La religión ha ejercido históricamente una función justificadora del orden social existente, legitimando la opresión y desmovilizando a los explotados. Los principios sociales del cristianismo han justificado y legitimado los actos viles de los opresores contra los oprimidos. Con la predicación de la resignación aquí en la tierra y de la compensación allá en el cielo el cristianismo ha contribuido a la interiorización de la explotación: «Los principios sociales del cristianismo justificaron la escla­ vitud en la antigüedad, glorificaron la servidumbre en la Edad Media, y también saben cuando es necesario, defender la opre­ sión del proletariado, aunque pongan cara de lástima al hacerlo. Los principios sociales del cristianismo predican la realidad de una clase gobernante y una oprimida, y lo único que tienen para esta última es el piadoso deseo de que la otra se muestre caritativa. Los principios sociales del cristianismo trasladan al cielo la corrección de todas las infamias aludidas por el concejal del con­ sistorio, y por lo tanto, justifican laexistencia continuada de dichas infamias en la tierra. Los principios sociales del cristianismo declaran que todos los actos viles de los opresores contra los oprimidos son o bien el justo castigo del pecado original o de otros pecados, o bien pruebas que el Señor en su infinita sabiduría, impone a los redimidos. Los principios sociales del cristianismo predican la cobardía, el desprecio de sí mismo, la humillación, la sumisión, el desa­ liento; en una palabra, todas las cualidades de la canaille » 71. 2.2.2. El comunismo cristiano La crítica de Marx no se dirige sólo contra un cristianismo contra­ revolucionario sino también contra un cristianismo que se pretenda revolucionario. Más concretamente, su ataque irá dirigido contra Kriege y los maestros de éste: Weitling y Lamennais. Weitling escribió tres obras fundamentales: «la humanidad tal como es y como debiera ser» (1838), «Garantías de la armonía y de la liber- 71. K. M arx , El comunismo del periódico Rheinischer Beobachter, en Sobre la Reli­ gión, 178.

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