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LA FORMACION Y LA RENOVACION DE LA ORDEN 63 predicadores, los párrocos, los superiores... Los formandos dependían de los formadores, y sólo de ellos en cuanto que se les daba y exigía la responsabilidad sobre los mismos. Los formados se consideraban en una situación privilegiada y debían mantenerse alejados de los forman- dos fuera de ciertos actos comunes. No era un fenómeno propio de nuestra Orden, sino un síntoma ge­ neral de toda la Iglesia, fruto de una visión patológica como dice Boff citando a Paulo Freire (A. c., 232-233). El IV CPO ha querido de una vez por todas eliminar la categoría de «formado» y la distinción dicotomica de formador y formando. Para ello ha establecido dos afirmaciones capitales: 1. Todos entramos en la categoría de formandos. Ha sido suficiente leer el evangelio. Y ver cómo la condición de todo cristiano es ser «discípulo». Ni el ser religioso ni el ser sacer­ dote nos exime de ser cristiano y por consiguiente de ser discípulo. «Ustedes no se dejen llamar fmaestros’ porque uno solo es su Maestro» (Mt 23, 8). La Palabra de Dios no se encuentra ni en la letra de la Escritura ni en el espíritu de la comunidad, sino en su relación dinámica. Y como el Reino de Dios se ofrece a los hombres de todos los tiempos (Mt 28, 19), la sagrada Escritura deberá ser continuamente «releída» e interpretada por la comunidad de los creyentes. Es un mensaje abierto al mundo y a la historia. En modo alguno ha de considerarse cerrado. Por eso hablando del primado de la persona quedó establecida la nece­ sidad de analizar las situaciones, las circunstancias, etc. Nunca partir de apriorismos. «Aparece con toda claridad la necesidad de nuevos y diversificados estilos de vida y formación, capaces de responder a las exigencias culturales y sociales de las diferentes regiones» (9). Si todos somos discípulos, hemos de aceptar una formación perma­ nente. «La formación permanente es para nosotros el proceso de reno­ vación por el cual nos capacitamos para vivir nuestra vocación de acuer­ do con el Evangelio en las situaciones concretas y contingentes del vivir cotidiano. Todo el Documento está pensado con vistas al desarrollo de nuestra vida humana, cristiana y religiosa, es decir, en función también de la formación permanente» (70). «Consiste en la adquisición de una «mens», de una actitud espiritual, por la que se cobra conciencia de que la formación, es decir, nuestro compromiso de hombres y de cris-

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