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62 CARLOS BAZARRA 2 . T odos d is c íp u l o s Ante el anuncio del IV CPO muchos reaccionaron con indiferencia. El tema de la formación lo consideraban importante pero parcial, pro­ pio de especialistas, para los jóvenes de nuestros Colegios y noviciados, y para los educadores. Incluso después de la publicación del documento no le conceden categoría. Algo similar ocurrió con el III CPO de Mattli. Las misiones afec­ taban a los misioneros y nada más. Pero uno de los méritos indiscuti­ bles de este III CPO fue precisamente hacer ver cómo teológicamente esa privatización era un error: el tema nos incumbe a todos. Igualmente el IV CPO, con este segundo principio que ahora abor­ damos, nos incluyó a todos en el tema. Porque el argumento desborda los límites de nuestra Orden, afecta a toda la Iglesia y pone al descu­ bierto la raíz evangélica del ser «discípulo». En esta proyección eclesial, escribía recientemente el gran teólogo franciscano L. Boff: «En nombre de la distinción entre una Iglesia que habla y enseña, y una Iglesia que escucha y obedece, y en nombre de la verdad, de la que sólo un grupo de sacerdotes se considera depositario, se han cometido violencias y se ha practicado la dominación de unos cristianos sobre otros. La verdad está destinada a liberar, no a oprimir (cf. Jn 8 , 3 2 ). Por ello, para salvaguardar la salud de esta distinción frente a las tendencias patológicas presentes en ciertas prácticas de la Iglesia, hay que prestar atención a las diversas mediaciones de que depende... 'Docente’ y 'discente’ constituyen dos determinaciones de la única comunidad; son dos adjetivos que califican dos prácticas de la comunidad entera; no son dos sustantivos que introducen una dicoto­ mía en la comunidad. Lo docente y lo discente son dos funciones de la única Iglesia y no dos fracciones de la Iglesia o en la Iglesia (B o ff , ¿E stá justificada la distinción entre Iglesia docente e Iglesia discente?, en Concilium XV II/III [ 1 9 8 1 ] 2 2 8 -2 2 9 ). En muchos ambientes se puede reconocer una mentalidad, si no claramente expresada, por lo menos suficientemente insinuada, de la existencia de tres grupos de personas dentro de la Orden: formandos, formadores y formados. Los formandos y los formadores constituían una minoría, eran los jóvenes en período de formación y sus profesores. Los demás formaban la gran mayoría de los formados, los que ya habían superado esa etapa de iniciación: los religiosos en activo, los

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