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LA FORMACION Y LA RENOVACION DE LA ORDEN 71 4 . I n s e r t o s en e l p u e b l o Llegamos al último principio básico del IV CPO, la inserción en el pueblo. El dilema es el siguiente: ¿Debemos formar una clase espe­ cial o superar esas diferencias de clase? El problema tiene un planteamiento lógico dentro de la Iglesia pero también una proyección sociológica y profana. Por supuesto el camino de solución queda allanado después de haber afirmado y defendido la desclericalización de la Orden y de la Iglesia. Históricamente la concepción de la Iglesia ha ido evolucionando. En la edad media y como fruto de la bula Unam sanctam de Bonifa­ cio V III, se la consideraba como «sociedad perfecta». La jerarquía aca­ paraba la representación de Cristo. En esa línea vertical la obediencia lo era todo. Los superiores debían responder ante Dios, no ante los fieles. La crítica era una falta de espíritu de fe. Esta idea fue dominante hasta principios del siglo xx. Entonces comenzó a cobrar vigor la imagen de «Cuerpo místico de Cristo» pre­ sentada por Pablo en sus epístolas. Pío X II vino a ratificar esta con­ cepción con su encíclica Mystici Corporis en 1943. Unidad y comple- mentariedad de los miembros. La Jerarquía es la que tiene el oficio docente, los fieles son sólo discentes. La desigualdad de los miembros destaca en esta imagen eclesial. En el Vaticano II se recoge la figura de la Iglesia como «Pueblo de Dios» no en continuidad de sacerdocio, de templo y de sacrificios con el AT sino en franca ruptura con el mismo. Lo que destaca ahora es la fraternidad e igualdad, la historicidad del pueblo, la obli­ gación de caminar. Es evidente que en el IV CPO nos movíamos dentro de esta ima­ gen de Iglesia. Pero cuando hablábamos de «inserción en el pueblo» no nos referíamos únicamente a «inserción en la Iglesia». Esto se da por descontado. Hay dos términos bíblicos para designar el pueblo pero con matices diversos: «Laós» que se refiere al pueblo como organizado, como institución, y «Ojlos» que significa plebe, gente ignorante, con la carga despectiva que para nosotros encierra el adjetivo «plebeyo». Así cuando los fariseos dicen: «Esa gente que no conoce la Ley son unos malditos» (Jn 7, 49), se emplea la palabra «ojlos».

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