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20 ADRIAN SETIEN C o m ie n z a la e x p a n s ió n Con la vista puesta en la restauración de las misiones comienza el siglo xx abriendo una nueva casa, esta vez en el extremo occidental, en Maracaibo. Ciudad sede de las antiguas misiones y equidistante de las zonas indígenas de la Guajira y Perijá. La vieja iglesia de San Fran­ cisco del antiguo convento franciscano volvió a sus días de esplendor. En 1912 se abre la residencia de Valencia, también adosada a la que que fue iglesia del convento franciscano y en 1915 la de Cumaná, extremo Oriente de la República y vecina a la región indígena del Delta del Orinoco. Para 1918 aún no se había logrado el objetivo del retorno de los capuchinos: las misiones. Se comisionan dos sacerdotes para levantar un informe, previa la correspondiente expedición. Como resultados del mismo se decide ubicar religiosos en parroquias de criollos no indígenas pero en las inmediaciones de las zonas habitadas por indígenas. Así, durante un tiempo los capuchinos regentan Machiques y Tucupita. Se hacen las gestiones necesarias ante las autoridades civiles y religiosas, sorteando problemas y dificultades, para concluir el 21 de febrero de 1922 con la creación de un Vicariato Apostólico que comprendía todo el Delta del Orinoco y la región sureste de la República desde el curso de los ríos Paragua-Caroní. Un inmenso territorio. Las anécdotas de estos primeros años son por demás elocuentes: la primera visita pastoral del Vicario Apostólico duró seis meses; en un solo día el Hno. Saturnino de Bustillo mató 116 murciélagos en el interior de la capilla de Tucupita; en los primeros 18 años de exis­ tencia de la Misión murieron 12 religiosos... Para atender la Misión desde los Centros de Tucupita y Upata par­ tieron expediciones de misioneros que buscaban conocer el terreno, la idiosincrasia de los indígenas y aprender su idioma. El P. Santos de Abelgas escribió páginas verdaderamente épicas por su entusiasmo, tesón y eficacia. Araguaimujo, Barima, Amacuro fueron nombres escritos a base de esfuerzo e ilusión. Los dos últimos tuvieron que ser abandonados por lo insalubre del terreno. La zona del Delta del Orinoco por sus condiciones climatológicas era extremadamente propicia para contraer el paludismo y la fiebre ama­ rilla. Esta fue la verdadera prueba de fuego para los misioneros.

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