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LA RAZON DE UNA PRESENCIA 9 En muy probable relación con estos textos que regulan el modo de «pedir licencia» a los ministros para ir entre infieles, se encuen­ tran las indicaciones que Celano recoge en su Vida segunda 152, so­ bre la «obediencia más alta y perfecta». Por encima de cualquiera obediencia —la del cadáver, la obediencia concedida después de una previa petición, la obediencia que es impuesta sin haber sido pedi­ da— termina señalando que la máxima es la que se cumple al «ir entre infieles»: «Consideraba máxima obediencia, y en la que nada tendrían la carne y la sangre, aquélla en la que por divina inspiración se va entre infieles, sea para ganar al prójimo, sea por deseo de martirio. Estimaba muy acepto a Dios pedir esta obediencia». También habría que destacar que, en los «dos modos» de com­ portarse espiritualmente los hermanos entre los sarracenos y otros in­ fieles, aparece un método misional revolucionario en cuanto se resalta el valor del simple testimonio —confiesen que son cristianos— y la atención a los signos de los tiempos —cuando les parezca que agrada al Señor— . Actitud que debe completarse con una disposición gene­ ral de vida que gráficamente describe Francisco en la Regla bulada, cap. 3: «Aconsejo, amonesto y exhorto en el Señor Jesucristo a mis herma­ nos que, cuando van por el mundo, no litiguen ni contiendan de pala­ bra ni juzguen a los otros; sino sean apacibles, pacíficos y mesurados, mansos y humildes, hablando a todos decorosamente como conviene». Y , dentro de este ambiente y aire misional-apostólico, un recuer­ do especial para la paz. Serían innumerables los testimonios de los biógrafos de Francisco acerca de este tema de la paz. En su Testa­ mento dejó escrito: «El Señor me reveló que dijésemos este saludo: El Señor te dé la paz». Ello es el colofón de una actitud personal y de un compromiso apostólico que encontró una constatación frecuente y continua en todo su modo de actuar. Como también en el de todos los hermanos de la naciente orden. Así describe Celano la misión que encomendó el santo a los primeros hermanos que tuvo: «Entonces, el bienaventurado Francisco los llamó a todos a su presencia y platicó sobre muchas cosas: del reino de Dios, del despre­ cio del mundo, de la negación de la propia voluntad y del dominio de la propia carne; los dividió en cuatro grupos de a dos y les dijo:

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