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T .S . ELIOT: CONTENIDOS IDEOLOGICOS DE. 437 el agente es siempre distinto del paciente, a pesar de que tanto el hacer como el sufrir puedan concretarse en una misma persona, debido indudablemente a la noción del tiempo y a la sucesión que ésta com­ porta. Cuando Becket se dirige al coro de mujeres de Canterbury se concibe a sí mismo como el agente principal de cuanto sucede a su alre­ dedor, mientras que las mujeres son las pacientes que se beneficiarán de su martirio, tal vez entendido aquí como consecuencia pura de su decisión personal; cuando más tarde, el cuarto tentador le desafía con sus propias palabras, Becket comprende que el martirio no puede ser auténticamente cristiano a no ser que el paciente —él mismo— se abstenga de protagonizar la obra. Es decir, tanto el arzobispo como las mujeres, desempeñan un papel de pacientes en una acción, en últi­ ma instancia promovida por un ser superior. Estas afirmaciones o, mejor expresado, el principio filosófico que las sustenta tienen claros visos de aristotelismo o de doctrina esco­ lástico-tomista, si se prefiere. T. S. Eliot conoce a Aristóteles y a Tomás de Aquino y, en el momento de escribir Asesinato en la cate­ dral, estaba sumamente interesado en esta filosofía. Por esta razón, la tesis que él propugna se acomoda al principio aristotélico-tomista según el cual Dios es la «causa primera», el motor inmóvil, el principio absolu­ to de todas las cosas. La acción y el sufrimiento proceden de Dios, en cuanto agente principal o causa primera de toda acción. Así, Dios actúa sobre Becket siendo él agente principal y éste el paciente que consiente la acción. Pero, como el consentimiento no es pasivo sino que implica una respuesta consciente, Becket es, a su vez, agente (un agente secundario) que, de hecho, influye en las mujeres de Canter­ bury que, a su vez, se constituyen en agentes de salvación. Becket no sufre, en cuanto agente, porque consiente, como instrumento, a la causa principal y las mujeres de Canterbury no actúan propiamente porque sufren los beneficios de la salvación. Bajo estos presupuestos, es fácil comprender que el criterio último de discernimiento de la bondad o maldad de toda acción y sufrimiento no puede ser otro que la voluntad de Dios. Becket es consciente de que «la rueda gira siempre y siempre está inmóvil»; sabe también que en ella se mezclan simbólicamente el bien y el mal que discurren en permanente cambio; pero olvida, en alguna ocasión, que solamente el insensato puede imaginar que sea capaz de dar vueltas a la rueda si no es Dios; ninguna persona humana puede imponer su voluntad en la acción o el sufrimiento; el mismo Becket, de haber intentado y atri-

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