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406 ERHARD-WOLFRAM PLATZECK en el sentido de las citadas palabras de Jesús, cuando habla del «pan necesario» (ver supra) e interpretarla en el sentido de las citadas pala­ bras de Jesús. Se trata, en el Padre nuestro, del pan necesario para la vida eterna, de Jesús mismo. Jesús, Hijo de Dios, es la Palabra de Dios; y la Palabra de su mensaje de salvación debe ser el alimento cotidiano de nuestra alma. Jesús, Palabra de Dios, es también el Hijo de Hombre que ha tomado carne y sangre en el seno de María. Y así, como Hijo de Dios y del Hombre, se nos entrega como carne y sangre, como divinidad y humanidad, en el banquete eucarístico: «Y la Palabra se hizo carne...» (Jn 1, 14). Por lo demás, un Nicolás de Flüe, una Teresa de Konnersreuth vivieron durante años de la eucaristía. Permítaseme recordar aquí estos hechos que no hago más que mencionar. En cualquier caso, el compartir cristianamente el pan, el amor cris­ tiano al prójimo jamás debe ser separado del amor a Jesús y, mediante Jesús, del amor al Padre. Por el contrario, esta estrecha unión de amor con el Padre y con Jesús, verdadero pan de nuestra vida —y en forma destacada con el Señor presente en la Eucaristía—, deberá ser el fundamento radical de todo auténtico amor cristiano al prójimo. La vida del cuerpo mortal, la del propio y la del otro, está asegu­ rada, protegida, cuidada por el solícito amor de Jesús hacia nosotros. Jesús es el verdadero y único centro del Padre nuestro. Por eso, tam­ bién la vida terrena del hombre se encuentra en el Padre nuestro. Y precisamente por fuerza de nuestra fe y confianza en el Maestro y Mediador victorioso quien, lo mismo que el Padre, sabe perfectamente cuáles son nuestras necesidades. Nos falta el primitivo texto arameo, tal como Jesús lo pronunció y lo comunicó a sus discípulos. A tenor de todo lo que hemos dicho sobre el centro vital de este modelo de toda oración, el Padre nuestro, nos está permitido aceptar que Jesús, quien en la primera milagrosa multiplicación de los panes se puso en relación con el eucarístico pan de vida (ver Juan 6), al pedir el pan «nuestro» en la oración dominical, haya elegido una expresión que aluda claramente a El. De lo contrario no se comprende que ya tan tempranamente, en la versión griega de la oración del Señor, se encuentre el inusual término «epiousios». Palabra que en griego tanto desvela como oculta «el misterio de la fe». (Trad.: A. Villalmonte) Erhard-Wolfram P l a t z e c k , OFM. Mónchengladbach

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