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EL CENTRO DEL PADRE NUESTRO 401 rituales. Pero, en tal caso, la petición del pan corporal debería prece­ derlas y no estar en medio de ellas. Surge, además, otra dificultad importante, a mi juicio. Que Jesús dice en el mismo sermón de la Montaña: «no andéis agobiados por la vida pensando que vais a comer o a beber; ni por el cuerpo con que os vais a vestir; ¿no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Fijaos en las aves del cielo: ni siembran, ni siegan, ni almacenan en graneros, y sin embargo vuestro Padre celestial los alimenta; ¿no valéis vosotros más que ellos?» (Mt 6, 25-27). «Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo esto (se refiere al alimento y al vestido). Buscad primero el que reine su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura» (6, 32-33). Cuando Jesús nos habla de esta manera, ¿cómo puede aceptarse que en el centro del Padre nuestro haya de encontrarse la petición por el pan corporal de cada día? Con esta petición se le quita al centro toda su fuerza. ¿No habría de cuidar el Padre por la vida terrena de los suyos, de los que le buscan con toda el alma, que quieren cumplir perfectamente su voluntad y que, precisamente por ello, ruegan al Padre que se cuide de la vida terrena, a la cual ellos podrían ordenar las peticiones del Padre nuestro ? Más todavía: al principio de la oración del Señor se encuentra el Padre al que queremos y debemos invocar; y al final está no ya el mal o lo malo, sino el Maligno de quien queremos y debemos huir *. Para esto precisamos una peculiar ayuda del Padre: que se digne apartar de nosotros los ataques del Maligno (la correspondiente palabra griega es más fuerte, dice «arrancar»). Así, pues, al comienzo está el Padre; al final, satanás. Y ¿en el medio? ¿acaso el pan corporal? ¿no debería estar en el medio el Me­ diador? ¿el que lleva a los creyentes a la reconciliación con Dios? El perdonar el hombre a los demás hombres es el paso indispensable para obtener el perdón de Dios, para liberarse plenamente de todo lo malo y pecaminoso. ¿No es el Mediador mismo quien, a los que piden su ayuda, los arranca de las garras de satanás, los libre del mal y los con­ duce al Padre celestial para que sean verdaderos adoradores, auténti- 1. Cf. Thaddäus S oiron , Die Bergpredigt Jesus, Freiburg i. Br. 1940, 366. Alli se alude tambien a Mt 13, 19; 13, 38; Ef 6, 16; 1 Jn 2, 13-14 y 1 Jn 5, 18-19.

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