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346 MIGUEL G. ESTRADA nidad de consagrados religiosos. Y, entonces, la clave de interpreta­ ción y comprensión de un grupo tan especial, como ése —comunidad de consagrados religiosos— sólo nos llegará en última instancia desde su ámbito propio, o sea, desde la teología. Creo que si queremos colo­ carnos en el ángulo bueno para obtener una visión panorámica correcta de la comunidad religiosa deberemos situarnos aquí: en la teología. Y esto porque lo definitivo y definitorio en la comunidad religiosa —lo que explica a la base su existencia y sus contenidos— , es su realidad teológica. Aquí hay que llegar si queremos entender lo que se quiere significar cuando se habla de comunidad religiosa de consagrados. Ahora bien, ¿cuál es esa realidad teológica que entra como com­ ponente básico en el mismo concepto de comunidad religiosa? Se me ocurre que mejor que con palabras mías voy a contestar a esa pregunta con palabras de un fino pensador y especialista eminente sobre vida religiosa; según veo las cosas, nadie como él ha profundizado en el sentido de la vida religiosa consagrada y, en concreto, en el sentido último de la comunidad religiosa8. He aquí las palabras con las que el P. Lucas Gutiérrez Vega habla de la fundamentación teológica de la comunidad religiosa: «al fondo de una comunidad religiosa no ha­ bría otra razón para vivir juntos que la de expresar en el convivir la manera concreta de filiación divina y de fraternidad en Cristo. Mientras que en las demás comunidades naturales, incluida la del ma­ trimonio-sacramento, la motivación constitutiva de convivencia es una motivación humana valiosa, en la nueva comunidad lo es la de expresar visiblemente —en sacramentalidad de signo— la nueva dimensión por Cristo. De esta manera la filiación divina y la fraternidad en Cristo se pueden vivir de manera distintas: una, dentro de las comunidades naturales, y otra, desde los supuestos de la novedad evangélica. El que yo viva con estos concretos hermanos religiosos de mi Instituto no tiene explicación en motivaciones naturales, como la tiene el matri­ monio y la familia y como la tienen la comunidad de amigos o la comu­ nidad política, económica, etc. 8. Desde luego que son plenamente defendibles otras explicaciones. Especia­ listas sobre vida religiosa tan cualificados como, por ejemplo, J. M. R. Tillard, T. Matura, S. Alonso, etc., tienen sus propias ideas sobre esta cuestión, ideas que no coinciden exactamente con las que recuerdo aquí. Ellos, esos escritores son muy respetables en su manera de pensar, y no las cuestiono en absoluto. Pero me identifico fundamentalmente con la teología de la vida religiosa de L. Gu­ tiérrez Vega. Y, por eso, admitiendo la legitimidad de otras explicaciones, cito aquí expresamente del punto de vista el teólogo claretiano.

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