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COMUNIDADES RELIGIOSAS GON CAPACIDAD. 345 sin intercambio suficientemente pluralista, limitada y limitadora, mo­ nótona y estrecha, tampoco tiene fuerza vocacional alguna. Por tanto, se deberán evitar los grupos demasiado numerosos o exageradamente pequeños. Y habrá que buscar la forma de crear comunidades religio­ sas que consten de un número sociológicamente aceptable7. 2. La comunidad religiosa como un grupo teológicamente válido Pero la comunidad a la que estoy aludiendo y que se supone válida en cuanto tal grupo humano, sólo tendrá capacidad de llamada y aco­ gida si, además, es comunidad de consagrados religiosos. Esto quiere decir que no es suficiente para que exista comunidad de consagrados religiosos con capacidad vocacional que se dé un grupo humano per­ fecto, más o menos, en clave sociológica o, más funcionalmente, en simple clave laboral. Ni se puede definir y explicar la comunidad reli­ giosa barajando sólo la antropología o la psicología, con las que cierta­ mente hay que contar. Desde luego que eso es —como acabamos de ver— un presupuesto necesario; si fallase como simple grupo humano ya no podríamos seguir, ya no sería edificable la comunidad religiosa. Pero digo que no todo tipo de comunidad perfecta según las directrices de una buena dinámica de grupo a ras de tierra, nos sirve aquí. Nos­ otros nos estamos refiriendo a comunidades muy específicas, a grupos de personas que forman algo tan típico y especial como esto: una comu- 7. Hagamos un juicio de valor antes de seguir adelante: ¿cómo están las comunidades religiosas de hoy en este sentido? ¿Se componen esas comunidades de un número suficiente de religiosos? A primera vista tal vez pudiera parecer que hoy no sea este un problema preocupante. Las macrocomunidades han des­ aparecido como efecto del declive de vocaciones y, sobre todo en la vida reli­ giosa masculina, apenas si se encuentran comunidades excesivamente numerosas. Pero quizás —y en este caso habría problema— , se esté cayendo en el extremo opuesto, es decir, tal vez comiencen a darse hoy comunidades religiosas que no llenan, a nivel de simple número, el cupo de miembros que son imprescindibles para formar un grupo humano sociológicamente correcto. Los Institutos se resis­ ten instintivamente a suprimir obras apostólicas. Pero al carecer de personal, por aquel declive de vocaciones, reducen numéricamente los componentes de las comunidades encargadas de esas obras hasta límites insignificantes. Y en este caso, no tan raro hoy, podemos decir que hay aquí un peligro real para la bue­ na salud de la comunidad religiosa considerando a ésta como simple grupo hu­ mano. Me parece que, en clave sociológica, aquí estamos: cada vez proliferan más las comunidades que pecan por defecto, que a nivel de simple grupo son inadmisibles. Pero es claro que si la comunidad religiosa quiere tener futuro —quiere tener capacidad de llamada y acogida— deberá reformarse en orden a constituir un grupo estadísticamente suficiente.

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