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344 MIGUEL G. ESTRADA uniforme si hay mucho equilibrio de fuerzas que lo integran, pudiendo derivar en varios subgrupos que fraccionen el grupo total con las con­ secuencias negativas que dicho fraccionamiento comporta, con pérdida de energías e ineficacia en la consecución de los objetivos. En estos casos, para superar estas divisiones hay que imponer ciertas normas desde fuera del grupo que deterioran la marcha de los componentes del mismo. El número óptimo es de ocho miembros; con él se pueden alcan­ zar todos los objetivos y la dinámica del grupo puede ser eficaz. Es posible la relación de los miembros entre sí directamente, sin interme­ diarios, cosa esencial para que haya transparencia entre todos. Es po­ sible, si el grupo marcha bien, una interacción variada y completa entre todos; es factible hacer resaltar las variedades evitando simultánea­ mente la formación de subgrupos. Este número de ocho podría tener oscilación, según los casos, entre siete y nueve, siempre que reúnan las condiciones anteriores» 6. Se trataría, entonces y en resumen, de lograr una comunidad reli­ giosa numéricamente aceptable. Y para conseguir esto habría, dicho muy en general, que soslayar dos obstáculos igualmente perniciosos: las macrocomunidades y las microcomunidades. Una comunidad religio­ sa en la que el grupo sea tan numeroso que la persona se sienta forzo­ samente un tanto perdida, convertida en cifra anónima, sin calor afec­ tivo, sola, sin intercambio humano gratificante, no tiene capacidad de llamada y acogida. Y lo mismo: una comunidad religiosa muy pequeña, 6. La bibliografía sobre este tema es inmensa. Pero no todos los autores opinan lo mismo sobre la composición de los grupos humanos. Finkler, por ejem­ plo, dice: «Los grupos comunitarios de vida que se sitúan entre 9 y 12 miem­ bros parece que cumplen mejor estos requisitos. Más allá de estos límites, la di­ námica interna del grupo queda tanto más perjudicada cuanto más se aparta de este ideal del número de miembros» (P. F in k le r , Unificación de la vida en la comunidad religiosa, Madrid 1982, 74). Y otro buen especialista en temática de grupos religiosos se expresa así: «Un número que puede oscilar entre 12 v 15 personas, ideal para la convivencia, no masifica ni despersonaliza» (C. S chram , en La comunidad religiosa, Madrid 1977, 261). Finalmente he aquí una norma sobre el particular del Laboratorio de Relaciones Sociales de la Universidad de Harvard: «A medida que aumenta el tamaño, cada miembro del grupo tiene un conjunto más complicado de relaciones sociales a cumplir, y a medida que au­ menta el número, tiene menos tiempo, proporcionalmente, para mantenerlas. Hay pruebas de que una proporción creciente de miembros de un grupo denotan sentimientos de amenaza, frustración, tensión e inhibiciones para participar a me­ dida que aumenta el tamaño del grupo» (A. H aré , Small groups, Nueva York 1975, 71).

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