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COMUNIDADES RELIGIOSAS CON CAPACIDAD. 373 la comunidad religiosa entera. Desde luego yo no voy a hacer aquí teoría sobre los Equipos de Formadores porque no es éste el lugar para ello 27. Pero, sin hacer teoría ni definiciones pretenciosas sobre el particular, señalo que quienes sean Formadores deberán ser especial­ mente perspicaces, muy al día, sensibilizados para captar las últimas corrientes de vida, abiertos con sinceridad a la búsqueda de la verdad, mentalmente flexibles, nada ñoños, religiosos auténticos y profundos, exquisitamente inteligentes, con visión de futuro, hombres que sepan ensamblar lo mejor del pasado con las esencias de lo novísimo. En todo caso, y en relación con el papel trascendental de los formadores, creo que esto debe quedar suficientemente claro: la bondad de la comu­ nidad religiosa para quienes dan sus primeros pasos en la vida reli­ giosa depende casi en exclusividad de la clase de personas que sean esos Formadores. O sea, que la comunidad religiosa tendrá capacidad para aceptar posibles candidatos si el Equipo de Formadores, en parti­ cular, tiene esa capacidad. Pero esto exige que los Formadores sean particularmente selectos y refinados; y esto a todos los niveles. Quede aquí subrayada, entonces, la importancia que tiene en pers­ pectiva vocacional que la comunidad religiosa esté cultivada con esme­ ro. A lo mejor, todavía no todos los religiosos, educados mayoritaria- mente en ideas del «antiguo régimen» religioso, han caído en la cuenta de ello; es muy probable que así sea. Pero eso no resta valor a la afirmación. Estoy convencido de que la comunidad religiosa que quiera ser campo adecuado para que crezcan en ella las vocaciones tendrá que cultivarse, que refinarse, tendrá que ser un grupo selecto a todos los niveles. Merecía la pena subrayar esto al hablar del tema de las comunidades religiosas y su capacidad de acogida vocacional. Estaría bien poner punto final a esta reflexión con las palabras de un eminente religioso. Creo que esas palabras, por lo demás, están en la línea de lo que he intentado aquí. Por mi parte, se trataba, en este 27. Cualquiera sabe que la teoría de eso que se llama el «acompañamiento en la vida religiosa» —tema que incide directamente en el papel de los forma- dores— es algo muy estudiado hoy por los que se preocupan por la vida religio­ sa. No hace mucho, por ejemplo, la Confer Nacional Española organizó un Con­ greso sobre este tema y, luego, publicó en un número de su revista «Confer» las ponencias que se leyeron allí. Aunque creo que esas ponencias se dejaron en el tintero aspectos capitales de la cuestión, presentaron puntos sugerentes e im­ portantes del mismo (Cf. Confer, 1982, n.° 80;.

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