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370 MIGUEL G. ESTRADA temente la comunidad religiosa que no habla de Dios no tiene capa­ cidad de acogida. El que llega al grupo de consagrados necesitaría ser tonto para admitir que, si se vive de Dios, no se necesite hablar de El. Pero, naturalmente, a ese hipotético postulante no hay por qué suponerle tonto. Por otra parte, y en segundo lugar, hay otra vertiente del tema que quisiera tocar aquí. Me refiero a la oración compartida. Pienso que la afirmación más elemental —la comunidad religiosa tiene que hablar con Dios y de Dios— es fácilmente admisible. Pero creo que hay otra afirmación en esta materia más refinada ya y no tan fácil de admitir; me refiero a ésta en particular: la vivencia de Dios y con Dios, que se supone es una realidad en el grupo religioso, tiene que ser compar­ tida si quiere tener capacidad de acogida. Se me ocurre que esto es fundamental. Ya más arriba quedó dicho lo importante que es el com­ partir, el convivir en general, en la vida religiosa. Pues eso que quedó dicho allí es válido, sobre todo, a la hora de hablar en concreto de la experiencia de Cristo, de la experiencia de la vida de la fe, de la inter­ comunicación de la oración. Mi criterio es éste: la oración típica de la comunidad religiosa es oración externamente compartida. Y, por tanto, yo creo que la comunidad religiosa que quiere ser tal tiene que com­ partir la oración, que es lo más esencial de sí misma. Además, el joven o adulto que quiere vivir en una comunidad religiosa, entiende que en ese su vivir comunitario, la oración compartida debe ser algo funda­ mental. A ese candidato a religioso no le atrae tanto la perspectiva de orar junto a otros como la de orar con otros. Cabe decir que como norma —y también aquí existen estudios sociológicos que confirman esto— el aspirante a religioso sólo admite vivir en un marco donde se conviva la experiencia de Cristo, donde se comparta la oración y la fe. Y, entonces, tenemos que concluir que sólo la comunidad religiosa que comparta su oración tiene sentido vocacional. Naturalmente con esto no quiero decir que no tenga importancia la oración personal o la meramente vocal; ambas formas de orar son válidas también para el religioso. Pero lo más propio de la comunidad religiosa es la oración compartida, que una comunidad religiosa se define, al fondo, porque comparte su oración o, lo que es lo mismo, porque comparte, en el sentido más literal de esa palabra, su experiencia de fe. ¿Que la expe­ riencia de fe se comparte de otras muchas formas que no son precisa­ mente la oración? ¡Desde luego! Y será necesario que sea así. Es toda la vida de la comunidad religiosa la que debe ser, si es auténtica,

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