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COMUNIDADES RELIGIOSAS CON CAPACIDAD.. 369 —expresada esa conversión de una forma u otra— la motivación que predomina a la hora de justificar la opción por la vida religiosa. Se entiende por muchos aspirantes, que, enrolándose en un grupo de con­ sagrados, van a poder seguir mejor a Cristo, van a tener más oportu­ nidades de vivir familiarmente con El. Y naturalmente, por consi­ guiente, lo que estos convertidos a Cristo exigen del grupo religioso que les recibe es que éste, el grupo, viva a su vez de Dios y con Dios. Si no, ¿a cuenta de qué ingresar en el grupo? Parece, entonces, que la comunidad religiosa debe vivir de Dios y con Dios también porque así lo exigen los que llegan, porque así lo piden las posibles nuevas vocaciones. Ya se entiende, por lo demás, que esta idea —la comunidad reli­ giosa es un lugar donde se vive en Dios y con Dios— , daría materia para un largo comentario que rebasa con mucho lo que yo pretendo hacer aquí. Pero dejando a un lado ese posible comentario, quiero aludir sinceramente a dos vertientes del tema. En primer lugar, me parece actual recordar esto: la comunidad religiosa debe ser un grupo de personas que hablen de Dios. Es, desde luego, eso lo más fácil de hacer; cabría decir también que es lo más significativo. Y no sólo porque diga la Sagrada Escritura que «de la abundancia del corazón habla la boca», también porque lo afirma el más elemental sentido común. Es cierto que lo que impregna el cora­ zón aflora a los labios sin querer. Pero si Dios impregna el corazón de quienes forman una comunidad religiosa, su charla se referirá a El con toda naturalidad y con una insistencia digna de alabanza. Ahora bien; esto tiene su importancia al hablar de la capacidad acogedora en pers­ pectiva vocacional de la comunidad religiosa. ¿Por qué? Porque el que se llega a un grupo de consagrados piensa primeramente en Dios; él se sintió atraído por Dios y quiere vivir, en un sentido hondo, de El y con El. Y así nada le parece más lógico a quien sinceramente se llega a una comunidad religiosa que encontrarse con personas que hablen de Dios espontáneamente y con frecuencia. Y —lo contrario— , una cosa que le desalienta y desorienta es constatar que su comunidad reli­ giosa sólo habla, por ejemplo, de política y de fútbol. En este caso las preguntas se le vienen solas: cuando se siente a Dios, ¿qué hacer en medio de un grupo de consagrados cuya Biblia es el periódico?; cuan­ do se quiere hablar de Dios, ¿cómo encajar en una comunidad religiosa que dialoga constantemente de deportes? Son preguntas que, para el recién llegado a la vida religiosa, no tienen respuesta. Y es que eviden-

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