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COMUNIDADES RELIGIOSAS CON CAPACIDAD. 367 aludiendo a un mundo muy profundo de aperturas y donaciones. Lo que yo quiero decir cuando habla de una comunidad religiosa que com­ parte, es que en el grupo de los que forman esa comunidad todos viven la vida de todos en un sentido muy real y muy hondo. No se trata, por tanto, de convivencias que afectan sólo a zonas superficiales, a capas más o menos encimeras de la persona humana. Se trata de un vivir en compañía y en presencia de los otros que forman el grupo, también, y sobre todo, aspectos muy íntimos de la propia existencia. Las limi­ taciones, los trabajos, los éxitos tal vez, lo que hay de virtuoso o humi­ llante, hasta la misma experiencia de Dios —sobre todo esto: la pro­ pia experiencia de Dios— , serían otros tantos capítulos de ese com­ partir que llega a toda la vida de la persona en lo que tiene de más trivial y de más decisivo. Seguro que hay zonas humanas que perma­ necen siempre como coto cerrado, imposibles de compartir. Pero seguro también que esas zonas son pocas. Tal como veo las cosas en la comu­ nidad religiosa que conecta con lo mejor de la sensibilidad comuni­ taria del hombre de hoy, se comparte y se convive si no todo, casi todo26. b) Vivir hacia Dios Creo también que a la hora de fijarse en la capacidad de acogida que ofrece —o debe ofrecer— la comunidad religiosa, un punto im­ prescindible a subrayar debe ser su referencia a Dios. Y parece natural que sea así. Al cabo, si la comunidad religiosa tiene razón de ser es en cuanto encarna un proyecto de vida referido esencialmente a Dios. Y, por tanto, acogerá en cuanto sea consecuente con eso que es, en cuanto constituya un ambiente propicio de vida en Dios y desde Dios. Que es lo mismo que sucede con cualquier otro tipo de comunidades: un grupo político acogerá en cuanto sea político, un grupo filatélico en cuanto esté vinculado al mundo de los sellos, y una sociedad cinegética en cuanto gire en torno a la caza. Lo mismo, entonces: una comunidad religiosa será lugar de acogida vocacional si vive, ella misma, orien- ^ 26. Me interesa dejar constancia aquí de un nombre, Jean Vanier, que tiene páginas espléndidas —las mejores de las que yo conozco— sobre las relaciones comunitarias vividas a niveles esenciales; todas las obras de Jean Vanier son igualmente interesantes en este sentido y revelan, naturalmente de forma mucho más bella y exacta, lo que entiendo aquí por vida compartida en comunidad.

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