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COMUNIDADES RELIGIOSAS CON CAPACIDAD. 363 lio de todas sus virtualidades debamos poner esta nota o característica: la comunidad religiosa tiene que ser un grupo que comparta. A la base de toda comunidad religiosa con garantías de acogida debe estar la necesidad de compartir. No se trata, entonces, de señalar una caracte­ rística más entre otras muchas. El compartir es un aspecto fundamen­ tal, como un clima previo sin el cual se muere cualquier proyecto de vida auténtica y no mentirosa en la comunidad religiosa. Entonces y sin concretar más de momento, yo creo que es necesario fijarnos bien en este punto de partida: la comunidad religiosa que no quiera ser frustrante, que quiera acoger correctamente y con garantías de éxito a quien se llega hasta ella, debe educarse para compartir en todos los campos y a los niveles más comprometedores. Desde luego que el hombre de hoy se siente especialmente sensi­ bilizado en materia de comparticipación. A lo mejor se trata, en un primer momento, de una reacción contra la sociedad. La sociedad actual nos masifica, nos rodea de multitudes que apenas si nos dice algo, nos impone la compañía de vecinos siem­ pre al otro lado del tabique, nos brinda ruidos que nos siguen a todas partes. Pero todas esas compañías nos dejan paradójicamente solos. A pesar de las insistentes compañías que se nos ofrecen e imponen en nuestro mundo, seguimos siendo números asépticos, vivimos como seres anónimos, no compartimos nada que merezca la pena con nadie, esta­ mos psicológicamente desamparados y aislados. Parece, según los ob­ servadores más perspicaces de nuestra sociedad, que el hombre actual siente un cierto empacho de anonimato y, como una consecuencia, un cierto resentimiento ante tanta compañía superficial y frecuentemente mentirosa. Y por eso, en un intento por liberarse de su soledad, ese hombre de hoy busca con ansiedad la compañía, la convivencia verda­ dera que le redima en todo o en parte de, estando solo, tener que vivir siempre junto a alguien. Y como remedio para ese ansia de com­ pañía se inventan y se nos ofrecen hoy alternativas abundantes y para todos los gustos. Es posible enrolarse hoy, buscando convivencia, en una comuna, por ejemplo — las hay para todos los gustos— ; se puede optar también por un club más o menos restringido; o por una aso­ ciación cultural; o por una cooperativa; o por alguna de esas innume­ rables siglas que aluden a grupos muy reducidos y relativamente amis­ tosos. A lo mejor por ahí encuentra el hombre de hoy la forma de saciar su sed de compañía. En todo caso, seguro que ese bosque de asociado-

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