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COMUNIDADES RE LIG IO SA S CON CAPACIDAD. 361 suicidando. Pensar que los jóvenes van a pasar por el aro, que van a aceptar maneras de ver la vida religiosa aptas para adultos por el mero hecho de ser así —aptas para adultos— es no saber por dónde van los tiros. Ni en el orden familiar, ni el orden social en general, aceptan los jóvenes de hoy sin más los patrones de vida que les ofre­ cen los adultos. Tampoco en la vida religiosa están dispuestos a pensar por procurador, a seguir modelos de vida por muy inflados de historia y de doctrina que estos estén o se crean, a seguir esos modelos sumisa y ciegamente. Y esto lo debe saber la comunidad religiosa. Y debe obrar en consecuencia si quiere ser fiel transmisora de carisma y no condenar­ se a la esterilidad22. A lo mejor es doloroso — ¡seguro que es doloro­ so !— , ese vivir en permanente estado de provisionalidad, ese ser fle­ xible siempre como para dejarse interpelar por la ola de adolescentes que llegan a jóvenes cada nueva primavera. A nadie le gusta vivir en permanente inestabilidad. Y ello porque, entre otras razones, eso supo­ ne una desinstalación que afecta dolorosamente a apetencias muy hu­ manas. Pero, eso no obstante, he aquí algo que tiene que aceptar toda comunidad religiosa que aspire a hablar comprensiva e inteligentemente a los jóvenes: su provisionalidad a niveles profundos de ser y hacer. La oferta vocacional que ofrezca la comunidad religiosa será necesaria­ mente el producto que nazca en la dialéctica carisma propio y juventud de hoy, una dialéctica no camuflada o preparada con falsía. Y si no se hace esto — ¡hay que decirlo con toda honestidad!— será tanto como optar por la muerte. Creo que tiene sobrada razón V. Codina al escri­ bir: «Los jóvenes son hoy un lugar teológico y profètico privilegiado. A nosotros nos toca el saberlo aceptar. El problema no es ya «los jó­ venes ante la vida religiosa», sino «la vida religiosa ante los jóvenes» 23. 22. Cabe recordar aquí este texto de Codina: «Los jóvenes, y en concreto los jóvenes religiosos, son una piedra de escándalo y de contradicción. El aue los escucha con criterios puramente farisaicos hallará en ellos solamente contra­ dicciones y encontrará motivos más que suficientes para ahogar su voz. El que se acerque a ellos con un corazón evangélico se sentirá interpelado y percibirá a través de la debilidad irritada de su voz, la voz de Dios. Los institutos que han escuchado su voz se han renovado. Los que sistemáticamente los han desoído, o únicamente los escuchan en las cuestiones más accidentales, han actuado como todos los que han dejado pasar la hora del Señor y no han sabido ver los signos de los tiempos. Tienen ya el pago de su cerrazón: envejecimiento y esterilidad» (cf. V. C odina , en Los jóvenes y la vida religiosa, Madrid 1976, 161). 23. V. C odina , o. c., 166.

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