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340 MIGUEL G. ESTRADA la vida religiosa que se da actualmente de forma mayoritaria y casi única en la Iglesia es, normalmente, vida religiosa en comunidad reli giosa. Y, por tanto, es en la comunidad religiosa donde prácticamente se da la vida religiosa. Esto tiene mucha importancia. Porque si es en la comunidad religiosa donde, en concreto, se da la vida religiosa, a la hora de intentar ver claro sobre ésta habrá que fijarse en aquélla. Que es exactamente lo que voy a intentar hacer aquí: me fijo, para entender la viabilidad actual de la vida religiosa consagrada, en la capacidad de llamada y acogida que debe tener hoy la comunidad reli giosa 2. Naturalmente, que en todo lo que sigue habrá mucho de subjetivo, de apreciaciones personales. Me doy cuenta de ello. Pero, así y todo, me parece que está justificado el intento. Y lo está porque la vida reli giosa, metida hoy en un atolladero de salida más que problemática3, necesita del esfuerzo clarificador de todos. No se ve que haya nadie tan genial o carismàtico como para poseer él, en exclusiva, la solución de las dificultades que afectan a la vida religiosa. A lo mejor, entonces, con la aportación aislada —y también arriesgada— de todos, se consi gue hacer algo de claridad. Y es esto lo que justifica que uno opine sobre la vida religiosa, y en concreto sobre la capacidad de la comu nidad religiosa para llamar y recibir a posibles candidatos. ¿Que así se exponen ideas muy personales sobre el tema? A lo mejor. Pero, en cualquier caso, siempre será mejor empujar con lo que uno tiene, por insignificante que sea, que limitarse a contemplar el coche derrapado en la cuneta. 2. Decir, en concreto, si las actuales comunidades religiosas tienen capacidad de llamada y acogida es algo muy expuesto y que apenas si insinuaré a lo largo de este artículo. De todas formas quiero adelantar ya aquí la conclusión signi ficativa a que llega el Secretariado General de Formación de la Orden Capuchi na; resumiendo las respuestas recibidas a una encuesta en la que se preguntaba a capuchinos distribuidos por todo el mundo sobre la preparación de las comu nidades capuchinas para recibir candidatos, dice literalmente: «la mayoría (de los encuestados) afirma que en general no son capaces (las comunidades) de esa acogida; solamente algunas» (cf. Secretariado General de Formación Capuchina, La formación permanente, Sevilla 1978, 87). 3. En este sentido quede aquí la confesión preocupante que en relación con la vida religiosa hace un pensador tan equilibrado como el P. Congar: «Juzga dos según nuestra estructura actual (de religiosos), somos las reliquias vivas de un modelo cultural caduco» (cf. Y. C o ngar , Christianisme et liberation de Vhom- me, en Masses Ouvriéres, décembre 1969, 8).
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