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COMUNIDADES RELIGIOSAS CON CAPACIDAD. 355 ahí—, estilos desarrapados o arcaicos de presentarse la comunidad reli­ giosa que nos evocan épocas ya muertas; hasta se encuentra uno con ciertas nimiedades como son algunos horarios, la nomenclatura con­ ventual en ciertos casos y otras expresiones menores, que no se sabe a cuento de qué vienen. Ahora bien, ¿cómo puede pretender llamar a alguien la comunidad religiosa con expresiones externas que evocan museos? Los museos se visitan ciertamente, pero no se vive en los museos. Y la comunidad religiosa, por tanto, que no se quiera con­ vertir en museo de recuerdos históricos, que quiera tener hoy capacidad de invitación a la vida religiosa deberá cultivar con esmero la puesta al día de los formulismos con los que expresar los contenidos de su carisma. Por lo demás, en una civilización de la imagen como la actual, esto parece que es especialmente válido. Naturalmente que esto no es una invitación a la frivolidad, como si la comunidad religiosa tuviera que proponerse como meta la exhibi­ ción del último modelo de vestir o las últimas maneras de hablar. No se trata de eso. La frivolidad, que nunca es patente de recomendación, lo es menos todavía en materia de vida religiosa. Pero sin caer en invi­ taciones a la ligera o al esnobismo vacío, creo que la comunidad reli­ giosa debe optar decididamente por unas expresiones externas siempre actuales, e inteligibles sin esfuerzo, para el hombre corriente de nuestra sociedad. Y esto so pena de hacer totalmente inexpresivo su hipoté­ tico mensaje vocacional. Pero digamos algo sobre otro punto especialmente importante; no es que los anteriores no lo sean, pero, tal vez, éste lo sea de una forma particular. Me refiero en concreto a lo siguiente: la capacidad de lla­ mada —también la de acogida, como veremos luego—, de una comu­ nidad religiosa, está supeditada fundamentalmente a su vivencia prác­ tica de los contenidos religiosos propios. Cierto, como quedó dicho más arriba, que es necesario que la comunidad religiosa sepa con niti­ dez lo que es y lo que quiere; también son decisivos los formulismos en los que exprese su sentido y razón de ser. Pero, en realidad, todo su mensaje vocacional quedará bloqueado, inutilizado, si el grupo reli­ gioso no encarna, no vive como grupo las exigencias profundas de su carisma. Y es que la no vivencia de las exigencias de la propia voca­ ción por parte de la comunidad religiosa, ¿no es acaso una invitación indirecta a no ingresar en el grupo? Así me parece a mí; la reacción de quien desde fuera —un posible candidato, por ejemplo—, ve a una comunidad religiosa que lleva una vida lánguida —o doble, lo que

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