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COMUNIDADES RELIGIOSAS CON CAPACIDAD. 353 los que no pensó nunca. Pero lamentablemente este trabajo de discer­ nimiento no se hace siempre ni mucho menos; en los casos a que estoy aludiendo la comunidad religiosa se comporta acráticamente, no se detiene a examinar lo razonable o ligero de sus ofertas y, antes, de sus creencias y vivencias. Y esto, evidentemente, no puede ser. Antes de pretenderse y ofrecerse como reclamo de algo, el grupo religioso tiene que clarificarse sobre su propio sentido e identidad. Es éste un queha­ cer ineludible hoy para cualquier comunidad religiosa que quiera ser honrada consigo mismo. Hay que pasar a las siglas religiosas, aunque sean muy venerables y cargadas de una historia riquísima, por el tamiz de una crítica exigente y fría. ¿Que el ser franciscano, dominico o benedictino es, a nivel de simple historia, un timbre de gloria? A lo mejor hoy el ser miembro de una de esas Ordenes beneméritas es algo que no interesa a nadie 14; o, en todo caso, pudiera ser que no interese a nadie encarnar hoy la interpretación que se esté dando actualmente del ser franciscano o benedictino. Y la comunidad religiosa actual que quiera ser vocacionalmente responsable deberá pensar seriamente sobre esto 15. No conviene caer en la candidez o en la petulancia de pensar que los contenidos carismáticos vividos por las comunidades religiosas son páginas de la historia religiosa escritas de una vez por todas. No fueron escritas de una vez para siempre, ni mucho menos. Y que existe un cambio progresivo y manifiesto en la comprensión de esos conteni­ dos lo prueba suficientemente la misma historia de la vida religiosa. Fijémonos, por citar un caso, en el franciscanismo, en los contenidos espirituales tal como los ha entendido y vivido a través de los siglos la comunidad franciscana. ¿Cómo podríamos defender que la pobreza franciscana comunitaria debe ser hoy la misma que entendieron y vivieron como tal los primeros grupos de la reforma capuchina? 16. Eso, 14. He aquí una afirmación discutible pero que invita a la reflexión: « A mi juicio la época de las Ordenes religiosas ha pasado ya y, al parecer, lo único que surge, sin entredicho alguno del catolicismo establecido, son los espiritual­ mente (ya que no materialmente) más bien pobres institutos religiosos» (J. L. A ranguren , La crisis del catolicismo, Madrid 1969, 19). 15. Ultimando las cosas pudiera suceder que determinadas comunidades re­ ligiosas pudieran descubrir que hoy no tienen ya posibilidad de ofrecer nada válido y que, por tanto, deberían aceptar eso que se llama el «ars moriendi», el arte de desaparecer, como un último gesto de elegancia. (Esta idea del «ars moriendi» la desarrolla muy bien J . B. M e t z , Las Ordenes religiosas, Barcelona 1978, 21-26). 16. Cf. M elchor de P obladura , La bella e santa riforma dei Frati Minori Capuccini, Roma 1963.

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