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COMUNIDADES RELIGIOSAS CON CAPACIDAD.. 351 el mundo. Claro que esto supone el que la comunidad religiosa esté convencida sincera y firmemente de que su forma de vida es válida. La manifestación gallarda de lo que es —también en la vida religio­ sa— , pasa por el convencimiento de que lo que uno es merece la pena. ¿Cómo no pregonar la propia alegría si uno se siente feliz? Si uno se siente feliz espontáneamente habla de su alegría. Y entonces, y aplicándolo a nuestro tema, parece normal que la comunidad religiosa hable de lo estupendo de su vida si es que se siente y experimenta a sí misma como gracia, como don de Dios. Es esto lo que se tiene que dar en la práctica de cada día. La comunidad religiosa, que debe expe­ rimentarse como carisma grande de Dios, debe sentirse urgida con vehemencia a manifestar a los hombres la excelencia de la propia vida. Tenemos, por tanto, que, para ser «llamada» y «acogida», la comu­ nidad religiosa debe vivir un capítulo importante titulado así: decisión alegre de llamar y acoger. Debe existir por parte del grupo religioso un impulso fuerte a manifestarse, a comunicarse. No hablo sólo de superar miedos; me refiero, sobre todo, a la actitud valiente, a la deci­ sión positiva que lleva a la comunidad religiosa a manifestar clara y públicamente a los hombres la calidad espiritual y humana de la propia vida. A) Capacidad de llamada Esto parecería ya probado: si un grupo religioso se anuncia a sí mismo como lugar de llamada, será porque tiene esa posibilidad, por­ que es capaz de llamar. Suponer esto entra dentro de la lógica más elemental. Sólo que ¿será verdad? ¿será verdad, en primer término, que todas las comunidades religiosas que tienen la pretensión de ser lugares vocacionales lo son de verdad? De buenas a primeras digo que uno tendería a pensar que sí; nadie mejor situado que quien hace la oferta para conocer las cualidades y calidades de aquello que ofrece. Pero, en contra de esa presunción aparentemente obvia, está la historia real de la misma vida religiosa, elocuente en éste como en tantos otros aspectos. Según esa historia, determinadas comunidades religiosas, empeñadas en seguir siendo receptoras válidas de vida religiosa, tuvie­ ron que rendirse a la evidencia de lo inútil de sus esfuerzos; esas comunidades religiosas tuvieron que admitir, a su pesar, que a su grito de llamada no respondía ningún eco y que no había nadie que qui­ siera acogerse a su hospitalidad13. Parece, por tanto, que no siempre

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