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350 MIGUEL G. ESTRADA discurrir, ese descargar en Dios toda la responsabilidad vocacional. Tal vez lo que exista al fondo de un proceder así sea una pereza mal disi­ mulada o, lo que sería más grave, una carencia real de fe en la vida religiosa; a lo mejor existe también una deformación a nivel de ideas. Sin profundizar en el origen o razón de esta toma de postura el hecho me parece cierto: hay comunidades religiosas que se inhiben ante cualquier posible toma de postura activa y dinamizadora, que remiten a Dios todo el trabajo en materia de llamada vocacional. Sólo que esto, r;es correcto? Puesto que es Dios el que llama, ¿la comunidad religiosa podrá cruzarse de brazos? No, claro que no. Aunque sea Dios el que da el crecimiento, el sembrar y el regar es una tarea que El suele dejar a la responsabilidad de los hombres. Pero cualquiera entiende que, de ley ordinaria, si no hay siembra de nada sirve el riego y, desde luego, si no hay ni siembra ni riego, no hay ningún crecimiento. Es cierto que Dios puede, sin intermediarios de ninguna clase, llamar y acoger en la vida religiosa. Pero mientras no conste lo contrario, mientras no conste que lo va a hacer en casos concretos así — sin intermedia­ rios— , tendremos que suponer que, de ley ordinaria, no lo hará. Y tendremos que suponer, entonces, que la comunidad religiosa no puede inhibirse, no puede remitir a Dios todo el trabajo, refugiándose en falacias y comodidades que no prueban absolutamente nada. Creo, por tanto, que la metodología a seguir es precisamente la opuesta a esas actitudes que acabamos de citar: la comunidad religiosa debe estar concienciada y claramente decidida en orden a ofrecer recla­ mos y metas positivos de vocación. Se trata, con otras palabras, de pregonar y exhibir el propio proyecto evangélico de vida. Naturalmen­ te, no quiero decir que haya que ir por la calle gritando a tiempo y destiempo, como si fuera un número de la lotería, lo estupendo que es el carisma religioso; ésa sería una insensatez de tantas. La comuni­ dad religiosa debe adoptar una postura activa frente a la presentación pública de su vida: debe echar imaginación, buscar o crear oportuni­ dades, y mostrar sin complejos de ninguna especie lo maravilloso que es ser religioso. O sea, que habría que hacer gala de eso que en len­ guaje comercial se llama agresividad, agresividad religiosa en nuestro caso, capacidad y decisión para introducir en los mercados humanos, aun en los más cerrados, la propia manera religiosa de vida. Se trata, en un plan negativo, de no caer en las dudas, en los miedos y com­ plejos. Pero se trata, en un plan positivo, de presentar cara valiente­ mente, de exhibir lo que uno es —religioso— en presencia de todo

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