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COMUNIDADES RELIGIOSAS CON CAPACIDAD. 349 Seguramente que las causas de esta actitud decididamente pasiva y negativa son múltiples. Podría ser, por ejemplo, la falta de convenci­ miento sincero sobre la calidad del propio producto religioso: ¿cómo anunciar una alternativa de vida en la que uno no cree de veras y hasta el fondo? Cualquiera sabe que sólo se predica convincentemente cuando uno cree con firmeza en lo que predica. Podría ser también — sería una segunda causa— , un apoltronamiento ciego y suicida en formas de vida llenas de moho: la comunidad religiosa se encontraría a gusto, cómodamente instalada en unos raíles por los que únicamente pueden circular trenes destartalados y pasados de moda. En este caso los miembros de la comunidad religiosa se quejarían de su soledad, pero no estarían dispuestos de ninguna manera a ponerse al día. Y se daría así lo que escribe el P. Vicente de Couesnongle: «Del mismo modo que hay hogares que no desean tener hijos, así también hay comunidades que alejan a los jóvenes por temor de tener que cambiar alguna cosa en su vida» 12. Las causas podrían ser varias, y seguro que lo son. Pero la conclusión desoladora sería la misma: determinadas comunidades religiosas no ofrecen nada positivo; ellas sólo invitan indirectamente a huir con el antitestimonio de sus lamentaciones. Pero sin llegar a esos extremos — lamentarse siempre— , hay otra falta de decisión para llamar y acoger en el seno de la comunidad reli­ giosa que, bajo capa de racionalidad, es especialmente funesta. Hay religiosos, hay comunidades enteras, que pasan de toda preocupación vocacional porque —dicen— , sólo Dios convoca y Dios ya sabe cuán­ do y cómo convocar. Esa sería, muy en comprimido, la razón fundamen­ tal de su actitud apática e indiferente. Y convengamos en que, aparen­ temente al menos, es ésa una razón con peso. Porque, al cabo, es cierto que Dios es el que convoca en última instancia. De hecho cuando hablamos de vocación, de vocación religiosa sobre todo, suponemos que existe una llamada o gracia de Dios muy particular. Y, entonces, parecería que lo lógico es dejar el trabajo a Dios que es quien, en definitiva, tiene la palabra. Ahora bien, yo tengo la impresión de que, en la práctica, no son pocas las comunidades religiosas —y los religio­ sos en particular— , en cuyo proceder está presente esta forma de cada vez se encuentran más comunidades religiosas que toman iniciativas en or­ den a mostrar su carisma y su vida. Pero creo que todavía tenemos que reco­ rrer mucho sendero para salir al buen camino, para dejar de lamentarnos con ex­ ceso y buscar soluciones positivas. 12. Presente y futuro de la vida religiosa, Salamanca 1982, 90. 2

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