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Comunidades religiosas con capacidad de llamada y acogida El tema que se intenta desarrollar bajo el epígrafe que encabeza estas páginas es, ya se entiende, demasiado amplio; tiene también un cierto aire pretencioso de exploración en lo imposible. Y esto porque, en primer lugar, la comunidad religiosa es extensa como la vida, ex­ tensa y compleja como la vida de los hombres que se deciden a formar grupo religioso l. Pero la comunidad religiosa es, además, una realidad carismàtica, vale tanto como decir, es una realidad que por definición escapa a nuestros análisis humanos, por muy perspicaces y exhaustivos que estos quieran ser; me doy perfecta cuenta, en este sentido, de que cualquier intento por curiosear en la historia última de un grupo religioso choca de frente con esta realidad mayor: se trata de algo sobrenatural, entendido este calificativo en toda su anchura y profun­ didad. Tenemos, por tanto, que desde ambas vertientes —natural y sobrenatural— estamos ante un fenómeno extraordinariamente rico en contenido. No obstante creo que merece la pena correr el riesgo, embarcarse en la aventura de querer decir algo sobre ese tema excesivo que es la comunidad religiosa y su capacidad de llamada y acogida. Y esto porque la vida religiosa consagrada está ligada, como sabemos, a la comunidad religiosa. No que no pueda existir, tanto teórica como prácticamente, una vida religiosa que no cuaje en comunidad religiosa; sí que podría darse, y el Derecho Canónico lo reconoce y admite. Pero, de hecho, 1. Se entiende que siempre que hablo en lo que sigue de comunidad religio­ sa me refiero a la comunidad o grupo que forman aquellos bautizados que son llamados a vivir en eso que el actual Derecho Canónico llama así: Institutos de Vida Consagrada Religiosa. Soy consciente de que, hoy más que nunca, hay otros tipos de comunidad religiosa de bautizados. Pero aquí prescindo de ello; en este trabajo identifico conscientemente comunidad religiosa y comunidad de con­ sagrados religiosos.