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262 M. GONZALEZ GARCIA normas precisas» 19, resaltando, en la actuación de ambos personajes, el ceder el paso a las ideas y a quienes las compartiesen o no. Todo un gesto de «elegancia moral». Esta presentación de la «escuela de Barcelona», tal como la des­ cribe E. Nicol es fundamental para conocer las dimensiones y raíces de su pensamiento filosófico. El mismo se considera, ya desde niño, he­ redero de la tradición de la Escuela de Barcelona. De la lejana escuela infantil recuerda con cariño a su maestro Pedro Vergés, que le fami­ liarizó con los nombres de los proceres de tal tradición, y sus exage­ radas pretensiones de leer a la edad de once años la obra de Ramón Turró, Filosofía crítica 20. El contacto con esta tradición marcará profundamente a E. Nicol. Lo dice él mismo con claridad al hablar del sentido que tenían las lec­ turas de las obras de «nuestros pensadores medievales»: «Por esto, todavía hoy, la lectura de aquellos autores medievales es evocadora de un estilo vital y está para nosotros voltada de records i de minúcies, como dijo el poeta Guerau de Liost. Es decir que esa lectura nos trae a la mente ideas o conceptos, cuanto evocaciones íntimas, fragmentos de vida propia, rasgos del ser común»21. M . G o n zá le z G arcía 19. 187-188. Como continuadores de la tradición «religiosa» de Torras y Bages, señala E. Nicol al P. Miguel d’E plugues y al canónigo Cardó (188). La influencia de Torras y Bages habría recaído, entre otros, en José María Capde- vila y Ramón Rucabado (187). 20. 189. Hablando de sus recuerdos estudiantiles también incluye en la lista de la tradición de la Escuela de Barcelona a Balmes: «nunca se nos hubiese ocu­ rrido la idea de que Balmes fuera un extraño, no fuera uno "de los nuestros” , es decir, no formase parte, él también, a pesar de no haber sido profesor en la Universidad, de esa koinonía, de ese ambiente indefinido que hoy llamaríamos la Escuela de Barcelona» (190). 21. 195.

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