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258 M. GONZALEZ GARCIA Por el contrario, la Escuela de Barcelona, en una primera confron tación externa con la de Madrid, presenta contornos menos definidos, pues «no tiene maestro; no puede fijarse, por tanto, una fecha pre cisa de constitución; y no habiendo unidad de doctrina, no se puede tampoco, según este criterio, determinar quienes pertenecen a ella y quienes no» 4. E. Nicol, sin embargo, intenta una definición, que se mantiene siempre inconcreta, pues habla de un «conjunto de rasgos comunes», de «cualidades de tono y estilo», de una «manera de ver las cosas», en la que se conjuntan de manera similar las disposiciones naturales y el elemento cultural tanto en unos individuos contemporáneos como en una sucesión cronológica de individuos y entonces «esta especie de comunidad caracteriológica determina en todos ellos, sin precio [sic] acuerdo, una parecida coincidencia en la modelación estilística de sus disposiciones naturales que efectúa cada individuo aisladamente, gara sí mismo. Estas coincidencias constituyen una tradición» 5. El punto más lejano de esta tradición lo sitúa E. Nicol en unos maestros antiguos «bastante familiares», que forman parte de la tra dición de la «Escuela de Barcelona» desde la Edad Media: Lull, Arnau de Vilanova, Eiximenis, Turmeda, Sibíude, Auziás March, Ramón Mar tí, Luis V ives6. Pero, al lado de estos pensadores antiguos, es necesario situar a quienes los estudiaron y con ello contribuyeron a la formación del ca rácter de la Escuela de Barcelona. Así Tomás y Joaquín Carreras Ar- tau, con su obra Filosofía cristiana de los siglos X III al XV. O toda la escuela de ciencia de la literatura medieval, en la que habría que señalar los nombres de Milá y Fontanals, Menéndez y Pelayo, Joaquín Rubio y Ors, Antonio Rubio y Lluch, Jorge Rubio y Balaguer, Nico- lau d’Olwer, Martín de Riquer. Tanto los autores medievales, como sus historiadores y comenta ristas, habrían determinado uno de los caracteres de la Escuela de Bar celona: su medievalismo y goticismo, convertidos en actitudes norma les de las gentes de Cataluña, que marcan una disposición «que es más bien una manera auténtica de ser en el presente, manteniendo alerta la conciencia del pasado; y aunque pueda algunas veces envolver un cier- 4. Ibid. Cf. también Diálogo de filosofía entre el autor y el crítico en Filosofía y Letras 22 (1951) 169. 5. 166. 6. 192.
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