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EL PECADO ORIGINAL: PERSPECTIVAS TEOLOGICAS 243 Como principio básico para interpretar sus propuestas de ahora Dubarle establece: «el presente ensayo no quiere decir un adiós defi­ nitivo a la doctrina del pecado original, sino reformularla de manera tal que no atente frontalmente contra la fe en el amor de Dios a to­ das las creaturas, ni contra la razón que reflexiona sobre los datos de la fe o sobre el mundo» (PO 108). Los rasgos que, a mi modo de ver, configuran la nueva interpre­ tación de Dubarle sobre el p. or. serían estos: — se siente, incluso a nivel oficial, la necesidad de reformular la doc­ trina tradicional. Los ensayos de los teólogos actuales son muchos y divergentes. No han logrado cristalizar en un consenso aceptable, si­ quiera fuese en las afirmaciones fundamentales; — el p. or. tiene consecuencias exclusivamente para este mundo. No es admisible que alguien pierda la vida eterna por haber contraído el llamado p. or. al llegar a la existencia (PO 31, 90, 105^166); — la existencia del p. or. no depende de la pérdida de un fantástico estado de «justicia original», imaginado por los teólogos cristianos du­ rante siglos. Ni hubo en los comienzos de la humanidad un pecado con­ creto, malignamente privilegiado para empecatar a toda la humanidad subsiguiente. No se ve qué sentido tendría hablar de un pecado origi­ nante perpetrado por un mítico primer padre del género humano; — los relatos de Gen 1-3 referentes a la primera pareja humana han de recibir una interpretación simbólica. «La figura bíblica de Adán es el símbolo totalizador de las influencias perversas que, inevitablemente, se ejercen sobre los individuos» (PO 166). Adán será cada uno de los hombres, como cada uno es el hijo menor en la parábola del hijo pró­ digo; — como punto de partida firme y claro para cualquier ulterior refle­ xión sobre el p. or., Dubarle mantiene este dato de la Escritura: la existencia de una «herencia de pecado» que implica a la humanidad entera; la solidaridad de todos en los pecados de todos; la transmi­ sión, de generación en generación de las desviaciones religiosas y mo­ rales, de sus consecuencias y sus castigos; el hecho de que todo está profundamente sitiado por el pecado del mundo (PO 14-24; 108-118). Idea que, de una u otra forma, se ha hecho común y aceptada por to­ dos los que han escrito sobre el p. or. en estos últimos decenios. Así, pues, el p. or. que tiene en la mente Dubarle habrá que colo­ carlo en la proximidad de la figura «el pecado del mundo», tal como ésta ha sido cultivada y puesta en circulación por P. Schoonenberg y

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