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EL PECADO ORIGINAL: PERSPECTIVAS TEOLOGICAS 241 raron del todo. Además de la influencia de la filosofía pagana, antes aludida y de la falta de una exégesis correcta, se nota en Agustín la au­ sencia de un concepto teológico claro de «naturaleza», de «sobrenatu­ ral» y de sus relaciones mutuas. Agustín entiende por naturaleza hu­ mana verdadera aquella que concretamente, según su opinión, salió de las manos del Creador, llena de santidad y justicia. La naturaleza que el hombre recibe después del pecado adánico, ya no es naturaleza en sentido propio. Es una naturaleza corrupta, depravada, impropia, por así decirlo, puesto que no es como Dios la quiso al principio (PO 34. 59). Finalmente, dice Dubarle que el concilio de Trento «no hizo po­ sitivamente suya la concepción agustiniana y escolástica sobre la per­ fección original» (PO 47). Hay otra idea agustiniana sobre la que Dubarle llamó la atención hace años (1957) y que sorprende tanto por el olvido en que se encon­ traba como por su inesperada actualidad: la idea de la pluralidad de pecados hereditarios en los descendientes de Adán; la presencia de los pecados de los padres en los hijos, según frase bíblica. Agustín no explicó ulteriormente esta idea. Es notable esta expresión tomada del propio Agustín: «A sí como ciertos padres agravan el pecado original, así otros lo aligeran» (PO 54). No se detuvo el doctor del pecado ori­ ginal en armonizar esta afirmación sobre la existencia de muchos peca­ dos originales, con la reiterada y tajante afirmación de que en Adán pecaron todos: de que él es universal, única fuente de muerte, como Cristo es única, universal causa de vida. La referencia a la tradición doctrinal sobre el p. or. termina con un estudio sobre el pecado original en Trento. Dubarle se ciñe a ha­ cer una comparación entre la enseñanza tridentina y la de la Confe­ sión de Ausburgo, señalando la necesidad de completar la enseñanza conciliar en una mejor perspectiva ecuménica. Para nuestro objeto in­ teresa citar estas palabras: «Un católico, aun aceptando como norma­ tivos los cánones de Trento, no dejará por ello de reconocer que el pensamiento del concilio es todavía oscuro, incompleto, perfecciona- ble» (PO 81). Leídas estas páginas sobre la historia del p. or., se hace inevitable la pregunta: ¿dónde está la doctrina «tradicional» de la iglesia en re­ lación con el p. or.? El teólogo que lea los textos de la tradición con sentido crítico y convencido de la constitutiva e insuperable historici­ dad de nuestra teología de viadores, no podrá menos de encontrar muy precipitadas y excesivamente globalizantes expresiones como éstas: el

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