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240 A. VILLALMONTE convicción tan bíblica sobre la solidaridad de los hombres en el peca­ do, de la existencia de aquella «herencia de pecado» de que nos ha­ bla Dubarle, se ha llegado al teologúmeno del «pecado original», pro­ puesto por Agustín, Trento y la teología occidental hasta entrados los años sesenta. Respecto al calificativo de «tradicional» aplicado a la enseñanza sobre el p. o., también cabe hacer algunas matizaciones. San Cirilo de Alejandría llamó muy tempranamente la atención del P. Dubarle y su enseñanza en referencia al p. or. fue uno de los fac­ tores que le impulsó a tomar una actitud más crítica al hablar de p. or. como doctrina «tradicional». En efecto, Cirilo habla con claridad de que el género humano se encuentra en una situación de decadencia religio­ so-moral a partir y como consecuencia del pecado cometido por Adán en el paraíso. El se sumió a sí mismo y sumió a su descendencia en una condición miserable que justificaría el hablar de la necesidad de la gracia y del Salvador. Pero, parece estar lejos del pensamiento de Cirilo la idea de que por el pecado de Adán alguien puede ser privado de la vida eterna, incluso sin pecado personal. Idea que es consustan­ cial a la enseñanza agustiniana, común a todo el occidente durante más de quince siglos. Ya el propio Agustín hubo de defenderse de la inculpación de ser el «inventor» del pecado original. En todo caso es cierto que él siste­ matizó esta doctrina con una solidez que ha durado siglos. Sin entrar en una crítica a fondo, Dubarle indica algún aspecto débil del sistema y algún otro que no encuadra bien dentro de él. Punto esencial en la enseñanza agustiniana, pero que ofrece escasa consistencia, es el referente a la llamada teología de Adán. A.-M. Du­ barle indica las influencias de la antropología estoica, del idealismo pla­ tónico y del emanatismo neoplatónico en la forma como Agustín habla del estatuto teológico del hombre paradisíaco: de su «naturaleza», de su relación con Dios, con los seres del universo. Las convicciones me­ tafísicas sobre las relaciones materia-espíritu, cuerpo-alma, vigentes en las grandes filosofías precristianas, constituyen el presupuesto cultural — en gran parte indiscutido— sobre el que Agustín elabora su «teo­ logía de Adán». El teólogo de hoy no logra encontrar un apoyo bíblico a estas elucubraciones agustinianas. Es sabida la fortuna que tuvo esta teoría hasta fecha reciente. Los grandes escolásticos — San Anselmo, Sto. Tomás, Duns Escoto— , la sometieron a algunas rectificaciones de importancia; pero no la supe-

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