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EL PECADO ORIGINAL: PERSPECTIVAS TEOLOGICAS 239 tribal. Pero, incluso sin ella, debemos hablar ahora de una «herencia de pecado» que se trasmite a lo largo de la historia humana y que se enriquece de generación en generación con las aportaciones pecadoras de nuevos hombres. Hoy día no daríamos importancia a la generación biológica, cualesquiera que hayan sido las afirmaciones de los teólogos antiguos al respecto. La «herencia de pecado» de que habla Dubarle hay que entenderla según el modelo mental y lingüístico de lo que lla mamos «herencia cultural», en la acepción más comprehensiva de la palabra. Algo similar a lo que quieren decir los europeos actuales cuan do se consideran beneficiarios de la rica «herencia cultural» del mun do greco-romano. En este contexto alude Dubarle a la figura de la «personalidad cor porativa» que, desde hace unos decenios, ha sido bien recibida por exé- getas y teólogos para explicar la solidaridad de los hombres en los pe cados los unos de los otros: «Un grupo social —familia, tribu, na ción— es tratado como una persona concreta. No por mero artificio literario, sino por efecto de la fuerte convicción de que forman una unidad cuasi-biológica, donde la acción de un individuo repercute sobre el grupo y la acción del grupo marca hondamente a cada miembro»... «Aunque en su lenguaje espontáneo y asistemático, los autores bíblicos muestran su convicción de que la actividad espiritual humana implica una dimensión histórico-cultural. Cada individuo que llega al mundo, no parte de cero. Se beneficia de los logros técnicos, intelectuales, mo rales, conseguidos por las generaciones anteriores. Así como sufre tam bién y se hace participante de los errores, prejuicios y crímenes de su predecesores» (PO 24). Este dato bíblico es el punto firme desde donde ha de partir cual quier reflexión teológica ulterior referida a la figura del p. or., surgida en la tradición cristiana en época posterior al NT. Dubarle no trata ahora la cuestión de si el p. or. es «doctrina bíblica», en el sentido denso y propio de la palabra. Ya indiqué que en los años 1958/1967 dedicó un libro a estudiar explícitamente el tema. El libro que aquí comento me parece que da base para pensar que el P. Dubarle no hablaría hoy de la biblicidad del p. or., como lo hizo entonces (Cf. PO 153-59). De todas formas y como punto de referencia y ayuda para que el lector forme un criterio en este tema convendría decir: que tanto la exégesis crítica como la teología sistemática deberán dar como ya segura la conclusión de que la teoría clásica sobre el p. or. no es doctrina bíblica. Unicamente queda la tarea de explicar cómo desde la
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