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256 A. VILLALMONTE dimentario, en los albores inciertos de la humanidad. Si en una catc­ quesis bautismal el párroco dice que hay que bautizar al bebé por que ha nacido en pecado original, es decir, bajo la ira y la indignación de Dios, enemigo de Dios por tener el alma en muerte espiritual, en pe­ cado, vendido a la perdición y exclusión de la Vida eterna... Simila­ res modos de expresarse sonarían como «piarum aurium offensiva»: herirían con fuerza la sensibilidad cristiana, mejor formada, de muchos católicos. La prudencia pastoral elemental demanda que no se haga del tema p. or. un tema polémico. No hay que «combatir» esta creencia popu­ lar, para «desarraigarla» de la mente de los fieles. Sería una ingenui­ dad, una falta de respeto. No es permitido adoptar actitudes agresivas. Simplemente una actitud de reserva y alejamiento del tema. Crear en torno a él un «vacío psicológico». Dado que es hoy un tema tan mar­ ginal, secundario y carente de interés, no es fácil que un católico lo eche de menos en la predicación, en catequesis, en la cura de almas en general. Hay problemas mucho más básicos para la conciencia re­ ligiosa cristiana actual que demandan atención; tanto a nivel de orto­ doxia como de la ortopraxis. No despertemos el tema del p. or. del sueño del olvido en que va cayendo. Los teólogos podríamos concedernos el permiso de seguir hablando algún tiempo más sobre esta elegante cuestión escolástica. Cuidando que no degenere en cuestión auténticamente bizantina. Quedan en este problema algunos cabos sueltos, algunas aristas que limar. Nominal­ mente reconciliar la negación del p. or. con el pensamiento más pro­ fundo y valioso del Tridentino. Pero también esta reconciliación me parece que se está logrando en forma satisfactoria y con éxito. Hablando de los cambios realizados en la enseñanza cristiana decía San Jerónimo: «Pues ¿qué? ¿descalificamos a los antiguos? De nin­ gún modo. Continuamos más bien el mismo empeño, trabajando lo que podemos en la casa del Señor». Y un autor medieval, Anselmo de Ha- velberg opinaba: «Se lee que muchas veces han cambiado las costum­ bres de la Iglesia... Y que, según los tiempos, ha cambiado su estilo el Espíritu Santo» 6. A . VlLLALMONTE Salamanca, julio 1983 6. San Jerónimo, Apolog. ad Rufinum II, 25: PL 23, 470. Anselmo de H. citado por H. de L ubac , La postérité spiritudle de J. de Fiore I, París 1979, 29.

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