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254 A. VILLALMONTE aunque el hecho de estar llamado a la Vida eterna es su máxima dig­ nidad como ser creado. El pecado que exista en el hombre —cualquiera que sea la índole y origen de este pecado— crea un nuevo título para hablar de incapacidad soteriológica. Pero, aunque no tenga pecado, ni personal ni (el supuesto) original, no por ello deja de estar absoluta y radicalmente necesitado de la gracia del Salvador. Ni deja de ser una creatura radicalmente «pecaminosa», inclinada a vivir su vida según las exigencias del egoísmo radical. Por ello, si la figura bíblica y tradicional de Adán-pecador se man­ tiene en funciones y a nivel de símbolo, todavía tendrá atractivo. Pero tal vez resulte para muchos inaceptable si se quiere imponer como una teoría científico-teológica. En forma similar, si la fórmula y figura tra­ dicional del «pecado original» se utilizase como símbolo de la innata pecaminosidad y tendencia al pecado, inherente al corazón humano, nada habría que objetar. Pero, no me parece lícito hablar del p. or. como de un «existencial de perdición» que, desde la concepción, co­ rrompe, vulnera, desgracia (según las teorías concretas) a todo hom­ bre que llega a este mundo de forma real/óntica, personal e intrínseca. La frase «pecado original» es mejor mantenerla en la plasticidad, fle­ xibilidad e indeterminación del «símbolo-mito», que no dotarla de la rigidez realista y «metafísica» que le han conferido los teólogos espe­ culativos. Hasta que la han hecho reventar por exceso de carga, como diría Paul Ricoeur 5. Toda teoría teológica nueva debe mantener un punto de empalme con la tradición. Pero hay que señalar bien dónde está aquí el punto de empalme. No en la propia doctrina tradicional, pues ella misma no es más que una teoría, un teologúmeno surgido para explicar otras ver­ dades más básicas. El punto de empalme son aquellas verdades nuclea­ res que hemos señalado. Las cuales se entienden y viven mejor, según creo, sin contar con el teologúmeno del p. or., que recurriendo a él. «En el centro, en el corazón del cristianismo está la doctrina de la caída originaria, del pecado hereditario, de la incapacidad soteriológica de nuestra naturaleza humana, de la corrupción del hombre natural, unida con la representación y reconciliación por medio del Redentor de la que se participa por la fe en él» (A. Schopenhauer). En similar 5 . De todas forma: la figura del «pecado original» por su índole abstracta, por el uso pseudocientífico especulativo que de ella han hecho los teólogos, es menos apta para la utilización mítico-simbólica. La figura del Adán bíblico está tan fresca —a este nivel— hoy como el día en que la propuso el autor de Gén 1-3.

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