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EL PECADO ORIGINAL: PERSPECTIVAS TEOLOGICAS 249 nacido en p. or. Hasta la filosofía y la cultura general nacida en el Oc­ cidente cristiano estaba también impregnada por la creencia en el p. or. y por el pesimismo que ella engendraba. Cuando aquí proponemos —a modo de hipótesis de trabajo y co­ mo una sugerencia— nuestra opción por un cristianismo «sin pecado original» queremos decir esto: que parece muy factible y beneficioso el hablar de aquellos grandes temas de nuestra fe cristiana, pero sin hacer mención ninguna del p. or. ¿Por qué? Por estos motivos, que sintetizamos: 1) porque la doctrina del p. or. carece del indispensable funda­ mento teológico como para seguir hablando de ella en el contexto de nuestra fe; 2) porque aquellas verdades básicas que se querían explicar y sal­ vaguardar con la teoría/hipótesis del p. or., la teología actual logra explicarlas mejor sin el recurso a dicha teoría. Aunque son innegables los buenos servicios que, en sus tiempos, la teoría del p. or. prestó a la dogmática cristiana durante siglos. 1 .—La teoría del p. or. cadece de un fundamento positivo, suficien­ te para ser aceptada por una teología crítica. Apenas será necesario recordar las dificultades de varia índole que la mentalidad y sensibilidad moderna siente ante la doctrina del p. or. dificultades de orden científico, filosófico, cognoscitivo; dificultades —más serias aun— desde el interior mismo de la propia fe cristiana. Una doctrina tan contraria a la mentalidad del creyen te actual necesita razones positivas muy fuertes para seguir manteniéndose. Me parece que tales razones no existen. En efecto, ni la Escritura, ni la Tradición, ni la razón teológica ofrecen base medianamente sólida para poder hablar del pecado origi­ nal: del originante, del originado, de sus consecuencias. a) El p. or. no e s enseñanza bíblica. Desde luego no lo es en su formulación explícita. Pero tampoco en forma virtual, equivalente. Lo que sí afirma continuamente la Escritura es el Mensaje de Salvación: el «eu-anguelion» de la misericordia, de la Gracia divina. Para ello le desvela al hombre —ya que él no puede ni quiere conocerlo por sí mismo— que todo ser humano es consustancialmente débil en el orden moral; radicalmente incapaz para obtener la Salvación por sus propias

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