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248 A. VILLALMONTE nistración» pedagógica de las nuevas ideas puestas en circulación por las hodiernas investigaciones al respecto. Por mi parte — y con todas las atenciones para los que se preocu­ pan por la dimensión pastoral, pedagógica y proforística de los avances de la teología científico-crítica— , no vería inconveniente en que nos esforzásemos en proponer un cristianismo limpio de toda mancha de «pecado original». Primero a nivel de investigación teológica y luego a nivel pastoral y de cura de almas. II.— HACIA UN CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL Entre los teólogos que escriben sobre el tema en estos últimos de­ cenios todavía hay alguno que mantiene la creencia en el pecado ori­ ginal en una forma casi literalmente idéntica a la del Tridentino. Son más numerosos los que proponen una reformulación de esta doctrina, tan fundamental, tan radical, que su deseo de seguir en la línea del con­ cilio de Trento parece tan sólo un gesto de «delicada cortesía» hacia el venerable concilio. Otros perscinden de esta enseñanza en forma ta­ xativa y clara. En cualquier caso a mí me parece que habría que partir del hecho de que el p. or. ha venido a ser una enseñanza ya marginal, residual, dentro del contexto de nuestra fe. Poco queda ya del «oscuro esplendor» que antes tenía. Estamos abocados a hacer del tema una cuestión escolástica en sentido desfavorable de la palabra. O incluso una cuestión bizantina. No vayamos a caer, en este caso, en lo que de­ cía un humorista: los teólogos son unos hombres profesionalmente ocupados en ofrecer respuestas profundas e intrincadas a preguntas que nadie ha formulado. Leyendo la historia del dogma cristiano hay que reconocer que la crencia en el p. or. ha ejercido una enorme influencia en la dogmática, en la moral, en la espiritualidad, en la concepción del hombre y de su puesto en el mundo y en la historia. En teología, cristología, soterio- logía, mariología, antropología cristiana, eclesiología y sacramentología encontrábamos la figura omnipresente del p. or. Algunos teólogos ha­ cían del acontecimiento de la caída originaria el eje sobre el cual giraba toda la actual economía de salvación. La moral, la espiritualidad, la ascética, la situación del hombre en el mundo como desterrado en un valle de lágrimas, sujeto al dolor, a la interna división y angustia exis- tencial, como ser para la muerte: todo le venía al hombre por haber

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