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EL PECADO ORIGINAL: PERSPECTIVAS TEOLOGICAS 247 A.-M. Dubarle dice: «el presente estudio ha conservado volunta­ riamente esta fórmula tradicional» (PO 163). Expresión que no es bí­ blica, que fue utilizada por Agustín, por la Confesión de Ausburgo, por Trento, por toda la tradición cristiana occidental, católica y pro­ testante. La razón de tal elección sería ésta: «no parece necesario re­ chazar definitivamente una herencia de 15/16 siglos de reflexión doc­ trinal» (PO 166). Ella sería —a pesar de todo y por ahora— un buen vehículo para trasmitir un legado que no se debe perder, manteniendo la continuidad en la profesión de la fe. A estas alturas a las que ha llegado la hodierna controversia sobre el p. or. me parece a mí que la misma frase «pecado original» debería ser dejada, retirada de nuestro lenguaje teológico y religioso en general. Por estos motivos: — Resulta equívoca y equivocadora: ¿qué deberíamos entender bajo ella? ¿Lo que entendía San Agustín? ¿Lo que entendían los teólogos medieva­ les? ¿Lo que han entendido los protestantes desde Lutero hasta fecha re­ ciente? ¿Lo que entendía la neoescolástica? ¿Hay algún común denomi­ nador en todos ellos, una «sustancia» valiosa bajo tan diversas formula­ ciones? — La dificultad crece si queremos expresar en idéntica frase «pecado ori­ ginal», el contenido tan fluctuante de la tradición y el múltiple sentido que las nuevas reformulaciones han dado a esta doctrina. — A mi modo de ver resulta positivamente perjudicial el seguir mante­ niendo en circulación la palabra «pecado original»: a) nos trae muy malos recuerdo3 históricos ( ¡vestigia terrent!). Du­ rante siglos ha sido ocasión y refugio de un notable pesimismo incrustado en la moral, espiritualidad y visión cristiana del mundo; b) incluso a nivel de la ortodoxia ha servido para o:curecer aspectos importantes del Misterio de Cristo, de la Economía de la gracia, de la bondad, justicia, providencia de Dios en el mundo, del problema del mal y del pecado, de la imagen cristiana del hombre y su situación en el uni­ verso. Después de leer atentamente el libro de A.-M. Dubarle me parece que ésta sería la discrepancia mayor: no coincidimos en la convenien­ cia de seguir utilizando la frase «pecado original». Me parece que la discrepancia de fondo, digamos doctrinal, es escasa en lo que Dubarle dice sobre el tema. El hecho de que él mantenga la frase «pecado ori­ ginal» me parece a mí que es un tema de prudencia pastoral, de «admi-

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