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246 A. VILLALMONTE Es inevitable, si tenemos en cuenta que esta vieja creencia ha sido sometida desde hace unos decenios a una crítica radical, que pone en tela de juicio su misma pervivencia dentro del contexto general de la doctrina cristiana. Es difícil de responder: sobre el pecado original, decía Lutero en su tiempo «fabula la turbamulta de los teólogos en varias maneras». Sin la ironía luterana habrá que reconocer que —después de 15 siglos de discusión— nadie sabe hoy en el mundo qué es eso del «pecado ori­ ginal». Similar imprecisión reinaba en tiempo de Agustín, en la gran escolástica, en el recinto del concilio de Trento, en la neoescolástica del siglo XIX-XX. Los diversos e inconciliables ensayos de reformulación de la doctrina «tradicional» (¿cuál es ella?), aparecidos desde 1960, no han hecho más que aumentar el número de opiniones, alejando la solución. Es importante. No se trata de mantener una fórmula verbal, sino de tener seguridad de que es aquello que bajo esa fórmula se debe acep­ tar como perteneciente por la fe la Comunidad de los creyentes. ¿Hay algo? ¿No haya nada? ¿Qué es ello? Hoy día pocos saben a qué ate­ nerse. Hay teólogos muy conservadores, tradicionalistas que, en este pun­ to, aún no quieren apartarse de los textos del Tridentino, sino es en rectificaciones marginales, casi diríamos puramente redaccionales, esti­ lísticas. En dirección contraria se colocan muchos teólogos —al menos en­ tre los que escriben sobre el tema— que proponen la eliminación de la fórmula «pecado original» de nuestro lenguaje religioso teológico. Teólogos protestantes como F. R. Tennat, K. Barth, J. Gross. Y cató­ licos como J. P. Jossua, H. Haag, D. Fernández, A. Villalmonte y otros. Hay una situación centro que —en forma más o menos decidida y explícita— quiere conservar el «pecado original»; si bien bajo esta fórmula encierran contenidos bien distintos de los tradicionales en la corriente agustiniana-tridentina. Son los que —en líneas generales— proponen la figura de el «pecado del mundo» como sucesor o sustituto del viejo «pecado original». Y esto, todavía, en doble sentido. O bien se acepta al «pecado del mundo» como heredero del «pecado original» y olvidan o dejan marginado éste; o bien aceptan el contenido y la fórmula «pecado del mundo», quieren seguir manteniendo también la fórmula «pecado original».

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